Dibujo: Irene Remacha |
En el año 2010 se ha conmemorado el centenario de Miguel Hernández. Andaba yo releyendo sus poemas así como descubriendo algunos episodios de su biografía y escuchando las canciones de Serrat cuando me encontré entre mis dedos unos versos infantiles en los que se recogía un diálogo imposible entre el poeta, encarnado en el niño que fue y otro niño, también pastor, moreno y curtido por el sol, también fallecido prematuramente a causa de la guerra civil, pero analfabeto y criado en otros paisajes, precisamente en los de nuestros montes. Esos dos niños, sentados a la sombra de una encina que crece en algún lugar inverosímil, se cuentan su vida y juegan con los versos del poeta.
Miguelico, cuéntame,
cuéntamelo una vez más,
cómo de fina es la arena
cómo de azul es el mar.
Porque nací en Aragón
nunca me llegué a acercar;
quiero saber cómo sabe
el agua aliñada en sal.
Cuenta, cuéntame otra vez
cómo crecen las palmeras,
cómo el viento levantino
las envuelve y las menea.
Recita un lindo poema,
yo lo escucharé en silencio,
rimaré mi corazón
con el eco de tus versos.
Poeta del pueblo te llaman,
y yo del pueblo soy hijo;
tú traduces en palabras
lo que en mis carnes yo vivo
Dime qué es lo que soñabas
bajo aquel pino sentado,
qué musa canta en tu oído
cuando guardas el rebaño.
Mientras tú escribes poemas
también de un rebaño cuido
pero mis mansas ovejas
sólo me ofrecen balidos.
Muéstrame cómo lo haces
cómo el color y el dolor
se vierten en un papel;
¿cómo se escribe el amor?
Yo que apenas sé leer
y que menos aún escribo
en el ara de los sabios
te elevo y te canonizo.
Nacido en tierras de casta
rodeado de altos montes,
nunca pensé ir más allá
de mis barrancos y bosques.
Tú naciste al sol naciente,
bañado por la alegría
de la brisa y de la luz
de tus tierras levantinas.
Yo labré en tiempo de otoño,
para segar en verano
y, entre faena y faena,
fui albañil, pastor, criado …
Yo era uno de los tuyos,
de tus hombres jornaleros
y antes de ser hombre fui
también tu niño yuntero.
Fui un pobre pueblerino,
pobre feliz infeliz,
no conocía otro mundo,
aquél era mi vivir.
- Te lo contaré otra vez,
mil veces si lo pidieras
¿qué tengo mejor que hacer
que enredarte en mis poemas?
Ven y siéntate a mi lado,
quitémonos las abarcas
dejemos los pies desnudos
que en este suelo no hay barzas.
Tú y yo, mozos de pueblo,
tostados al sol, morenos,
nacidos en malos tiempos
para los que somos buenos.
Tú y yo, almas gemelas;
yo no soy sabio ni listo,
tú sabes cosas que yo
en mi vida he conocido
Me pongo en marcha a tu norte,
siguiendo el trazo en el aire
del perfil de las montañas
que conservas en la sangre.
Y aquí, al pie de esta encina
te contaré mis historias
pero tú también tendrás
que recitarme las propias
Cuéntame cómo es la nieve,
ésa que llega en noviembre
y hasta que mayo se va
hace que tu cuerpo tiemble.
Cómo es tu casa y tu padre,
quiénes eran tus amores,
cómo huele en primavera
tu prado sembrado en flores.
Mientras yo construyo versos,
no hagas parar tu paleta.
Yo, albañil de poemas.
Tú, poeta de las piedras.
Los dos fuimos solitarios,
hambrientos de hambre y cariño
a ti te faltó la madre,
a mí un padre compasivo.
La soledad de los montes
fue nuestra fiel compañía,
el viento nos regaló
la mejor de sus caricias..
Todo lo vertí en mis versos
y ahora poeta me llaman,
también podrías tú serlo
con lo que guarda tu alma.
- Ay, Miguelico , mi hermano,
mi compañero, mi amigo,
puedes leer en mi alma,
de mi ser eres testigo.
Nacimos casi a la vez,
lejos, pero bien cercanos,
vivimos en paralelo
aunque fuéramos extraños.
Cuenta, cuéntame otra vez
cómo nacen los valientes.
Tú eres uno de ellos,
tú siempre fuiste de frente.
Cuando tú trazas palabras
sabes bien de lo que hablas
si dices hambre es Hambre
y es Amor porque tú amas.
Temprano voló la vida,
temprano trazó el destino
sendas de sangre y de penas.
para seguir el camino.
La guerra, la triste guerra,
la única guerra posible
que a mí me costó la vida
y a ti te llevó a la muerte.
La guerra, la triste guerra,
que no silenció tu voz
mas la colmó de tristeza,
de olvido y de desamor.
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