lunes, 19 de agosto de 2019

Un paseo muy urbano por el Sobrarbe zaragozano


 
La calle Sobrarbe arranca en el mismo puente de Piedra zaragozano

Los responsables de nominar las calles de Zaragoza no se han olvidado de incluir las referencias a Sobrarbe. Además lo han hecho de manera bastante apropiada en mi modesta opinión; primero, por la localización, ya que muchas de las vías “sobrarbenses” están en la margen izquierda del Ebro, como si se hubiera pretendido orientar los rótulos callejeros hacia los lugares evocados; y, segundo, por el barrio en el que se ubican la mayoría, el entrañable Arrabal, un barrio obrero en cuyas humildes viviendas se instalarían muchos de los montañeses que emigraron a las ciudades, aunque  no fuera el mayor porcentaje de los que lo hicieron en total porque ya sabemos que por este territorio han prevalecido como  foco de atracción migratoria las tierras catalanas.

Tras este preámbulo, empezamos el peculiar recorrido “montañés”  y la cosa promete pues partimos de uno de los puntos más antiguos y emblemáticos del paisaje zaragozano, el puente de Piedra, un monumento del s. XV levantado en el mismo emplazamiento donde se sabe que anteriormente hubo uno de factura romana y que constituyó un punto neurálgico de batallas durante los Sitios de la guerra de la Independencia en los inicios del s.XIX;  en la actualidad se halla custodiado por cuatro leones de bronce del escultor Francisco Rallo que representan al animal que protagoniza la enseña de la ciudad.  Es allí mismo donde comienza la calle Sobrarbe que, con su larga perspectiva y edificios de empaque iniciales nos anima a pensar que se ha reservado al viejo condado una vía urbana de notable importancia. Sin embargo, conforme vamos avanzando, nuestro gozo  se convierte en un pozo ya que, salvando algunas excepciones, entre los que se encuentra la iglesia de Altabás, el centenario colegio Cándido Domingo  y poco más, lo que encontramos a ambos lados de la calle son modernos edificios de los años del desarrollismo que sustituyeron en su día a las casas de los hortelanos del viejo arrabal. Es decir, altos bloques de pisos que carecen de valor estético alguno. Y, lo que es más grave, pareciera que los urbanistas o munícipes se hubieran arrepentido de dedicar una calle de este porte a Sobrarbe y, a escasos trescientos metros de su inicio, decidieran cambiarla de nombre y dedicar más de tres cuartas partes de la vía al monasterio de San Juan de la Peña, cambiándole incluso la categoría, pues de calle pasa a ser avenida. Menos mal, que su último número, el 63, ha quedado inmortalizado en un bar en el que poder ahogar el chasco que nos acabamos de llevar…
Final de la calle Sobrarbe
público

Prácticamente desde este punto podemos acceder fácilmente al resto de calles del itinerario propuesto inicialmente. Aunque todas estén próximas no dejarán de sorprendernos algunos contrastes; por ejemplo, cruzando a la otra acera y girando a la derecha nos adentramos en la calle Bielsa, localidad a la que le han dedicado una de las nuevas y modernas vías que se abrieron con la reurbanización de los terrenos industriales próximos a la vieja Estación del Norte, así que los belsetanos que se acerquen a comprobarlo no echarán del todo en falta el verdor ambiental pues se trata de un entorno con abundante arbolado y amplios espacios ajardinados. También moderna pero con mayor densidad de cemento y ladrillo es la contigua y paralela que lleva el nombre del Valle de Bujaruelo. El cambio es notable cuando, pocos metros más adelante, volviendo a atravesar la vía que ya no se llama Sobrarbe como hemos apuntado, y haciendo esquina con la Peña Oroel (Penya Uruel) encontramos la embocadura a lo que parece un pequeño callejón, escondido, angosto y duro que se ha rotulado como Valle de Gistaín; eso sí, en compensación, nos hemos adentrado ya en la zona en la que el ayuntamiento ha incorporado un callejero bilingüe en lengua castellana  y aragonesa, será que nos estamos aproximando más a los pocos valles donde se conserva esta última.  En honor a la verdad, una vez que vamos avanzando por este urbanita “val de Chistau”, hay que reconocer el esfuerzo de sus vecinos por arañar un poco de terreno para ubicar algo parecido a un jardín que suavice la dureza de la arquitectura que los rodea. Prácticamente paralelo al Val de Chistau, dos calles más abajo se sitúa la calle Cañón de Añisclo y, en este caso, el nombre va muy acorde con la disposición de la vía que queda encañonada entre unos humildes bloques de pisos obreros con pequeños jardines muy bien cuidados junto a las respectivas entradas y las vallas del colegio público E. López y López al otro lado, de tal manera que sólo permite el paso de viandantes en pareja a lo sumo.
Calle Cañón de Añisclo


Valle de Broto
Recorremos todo el cañón y hacemos un punto y aparte porque la ocasión lo merece. Hemos llegado a la avenida Valle de Broto que se ha convertido en una de las arterias principales de la margen izquierda del Ebro y de toda la ciudad, uniendo los barrios que quedan a ambos lados de la Avenida de los Pirineos (la carretera de Huesca); es decir,  los más recientes del lado del Actur y Parque Goya con los más añejos y populares del Arrabal, Picarral, La Jota … hasta cruzar de nuevo el río por el puente de la Unión  hacia Las Fuentes y los barrios del este y del sur.
Calle Monte Perdido
Avanzando un poco más hacia el norte, un poco escondida (otra vez en justa correspondencia al topónimo), llegamos a la calle Monte Perdido que no tiene ni de lejos las dimensiones ni la belleza que caracterizan al macizo pétreo más emblemático de nuestra tierra. Lo único a destacar son unos imponentes ejemplares de pinos piñoneros que bordean las aceras y revientan el asfalto con la fuerza de sus raíces. En estos últimos años, he visto cómo alguno ha sucumbido a las motosierras municipales precisamente porque su grandioso porte unido al fuerte cierzo que azota esta tierra amenazaba la integridad de los viandantes.

Muy cerquita, casi a la sombra de los Treserols, nos encontramos con Lucien Briet, o mejor dicho, el colegio público que honra a uno de los pirineístas más reconocidos por estos lares, el francés más aragonés como lo calificaron en vida sus amigos del Alto Aragón, cantor de las bellezas de Ordesa y promotor de la creación del Parque Nacional. Todos esos méritos, me consta, pesaron a su favor cuando hace poco más de una década hubo que elegir un nombre para este colegio bilingüe español-francés.

Colegio Lucien Briet
Nos pasamos al otro lado de la carretera de Huesca (recordad, Avenida de los Pirineos) y tenemos un buen paseo por delante hasta encontrarnos con la Ronda de Boltaña. Salvo que nos hayamos pertrechado de buen calzado será mejor que cojamos una bici o un patinete de estos que han proliferado repentinamente por todas las aceras pues tenemos que llegar hasta los límites de la ciudad y del nuevo barrio Parque Goya II que es el que enmarca esta gran avenida. Una vez allí, nos produce cierta tristeza comprobar que, pese a la amplitud y la prestancia que le da el abundante arbolado a la vía con la que se le  honra,  la Ronda verdadera no encontraría vecinos a los que rondar si se decidiera a entonar sus canciones por estas aceras amplias y cuidadas pero totalmente inhóspitas; lo que, por otra parte, no deja de ser metafórico y  un punto de concomitancia con muchos de sus temas dedicados a lugares sin gente. Eso sí, como no hay paredes en las que poner azulejos se optó por una manera muy elegante de rotularla, una placa metálica colocada en un monolito que preside la avenida y que, los propios rondadores, bajaron a inaugurar.

Ronda de Boltaña

Hasta ahora la ruta ha transcurrido por una zona muy familiar para mí, sólo he tenido que variar ligeramente algunos de mis desplazamientos habituales en busca de los lugares evocados por unas letras encerradas entre media docena de azulejos de clásico diseño. Sin embargo una vez completado el recorrido por estas calles de la zona norte de la ciudad (o del “barrio sur de Huesca”, como lo llaman con retranca los oscenses), caigo en la cuenta de que hay algunas ausencias notables así que me pongo a investigar en San Google y descubro que las localidades de Aínsa y Boltaña no tienen cabida en el casco urbano, para encontrarlas habría que salir de la ciudad en dirección Valencia y desplazarse hasta el barrio de Santa Fe, lo cual, además de físicamente, también se aleja del objetivo de esta ruta “sobrarbense” por el casco urbano zaragozano.   Sin embargo, he descubierto  que las calles Ordesa y Torla, topónimos que igualmente había echado en falta, existen y se encuentran en el otro extremo de Zaragoza, en la zona alta de la ciudad, el barrio de Torrero; así que dedico una mañana de domingo a acercarme hasta allí, un paseo ciudadano de casi nueve kilómetros entre ida y vuelta (un buen entrenamiento para cuando emprenda la caminata por los territorios genuinos) y, una vez en el lugar, comprendo por qué no tenía conocimiento de su existencia. Son dos calles sin personalidad, prácticamente idénticas, paralelas y muy próximas, que no llegan a los cien metros  de longitud cada una y que forman parte de uno de los múltiples grupos de casas sindicales del franquismo (la Obra Sindical del Hogar). Si bien es la misma topología de bloques de pisos que alojaban prácticamente el resto de topónimos de nuestra comarca en el barrio del Arrabal, aquí se me antojan todavía más humildes y tristes si cabe y, si  en una mañana soleada y primaveral de un domingo de este año 2019, me causan esta amarga impresión no quiero ni imaginar qué sería cuando se levantaran, no sólo por la época gris en sí misma sino porque además en lugar de los espacios abiertos y de construcciones modernas en los que ahora desembocan, en su momento ambas calles abocaban directamente a las tapias de la antigua cárcel de Torrero, hoy derruida, y los árboles que ahora dan cierta sombra y señales de vida al espacio entre bloques no serían mas quecalle incipientes brotes.
Número 13 de la calle Torla










Calle Ordesa


Termino este recorrido urbano de la comarca por las calles de la última capital del antiguo Reino, en la creencia de que no se me ha escapado ninguna referida a nuestra comarca pero lo hago con estrambote, a la manera de los clásicos, una humilde referencia  a un  rincón sobrarbense muy personal; se trata de un pequeño murete que alberga una torpe reproducción de una ilustración de Ramón Acín para el libro La fiesta del Árbol de Joaquín Costa publicado en 1925 por la editorial de Vicente Campo en Huesca. En mi caso, se trata de una alegoría a una entrañable carrasca sita en Troncedo (La Fueva) a cuya sombra se han cobijado y han soñado varias generaciones de mi familia.

Mi casaaaa (no la de E.T.)
Dibujo de Ramón Acín

P.C. (Artículo publicado en la revista El Gurrión, nº 156)