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miércoles, 31 de marzo de 2021

31 de marzo, Santa Balbina


 

Hoy en el santoral católico se celebra Santa Balbina. Un nombre de los considerados antiguos pero que, para muchos de Troncedo, resultará familiar. Afortunadamente, todavía quedamos muchas personas que recordamos con cariño a mi madre, a quien  precisamente está dedicada una casa que se levantó en el antiguo corral de las güellas de casa Albañil. Así que aprovecho la onomástica para traerla una vez más a la memoria de todos. 

Siempre me pregunté de dónde se habrían sacado los abuelos ese nombre, ya sabéis que por aquellos tiempos la gente no perdía mucho tiempo en discurrir cómo llamar a la zagalería. La prole solía ser abundante y, generalmente, los primeros hijos continuaban con la tradición de apelativos familiares y, cuando este cupo se consideraba cubierto, se recurría (salvo excepciones) al santo del día de nacimiento. No es el caso. Mi madre, Balbina Lacambra, siempre me contó que la llamaron como a una maestra de la zona, no sabía de dónde exactamente. Hace menos de un año, revisando el catálogo de una exposición sobre la Escuela de Vanguardia en Graus, encontré el nombre de Dª Balbina Viñas, sobrina de Costa, que ejerció como maestra en la década de los años veinte. Coinciden las fechas con el nacimiento de mi madre y, dada la frecuencia de los viajes de mi abuelo a ferias y mercados de Graus y sus abundantes relaciones sociales, no es de extrañar que, en septiembre de 1925 cuando llegó a Troncedo, procedente de la feria de Graus de ese año, y se encontró con la zagala que había nacido en su ausencia, recurriera a ese mismo nombre de cierta cacofonía que hubiera escuchado en alguna de sus múltiples conversaciones. Lo que no sabría ese dicharachero abuelo que con ese apelativo que significa "habladora, parlanchina" estaba determinando el futuro carácter de la ninona si no le venía ya bastante marcado por la genética que él mismo le transmitió. 

Iglesia de Santa Balbina.Roma
31 de marzo. Santa Balbina. Balbina de Roma (s. II - c. 130 d.C.) fue una mártir romana del siglo II, hija de San Quirino, que cayó víctima de la persecución del emperador Adriano. Es venerada como santa por la Iglesia Católica, y su fiesta se celebra el 31 de marzo. La tradición dice que su hija Balbina, que había sido bautizada por San Alejandro, se mantuvo virgen y soltera durante toda su vida, y fue enterrada al lado de su padre en la catacumba de Pretextato. Esto es lo que recoge el martirologio romano, aunque las comprobaciones históricas lo ponen bastante en duda. Pero no vamos a entrar en esta disquisición que queda muy bien explicada en otras páginas ya enlazadas al nombre de la supuesta virgen y mártir. 

Siglos, mares y territorios separan a estas dos Balbinas a quienes hoy me ha dado por evocar. Para la primera no necesito excusas, la segunda ha sido el pretexto  para hacer público mi recuerdo permanente. Curiosamente, a pesar de todas las distancias, en la breve hagiografía de la santa encuentro un punto en común con mi madre, esa devoción que ambas tuvieron por la figura paterna. Balbina del Albañil durante toda su vida, con tanta intensidad que los nietos recordamos al abuelo como una persona con la que hubiéramos convivido, a pesar de que falleciera mucho antes de nacer nosotros. La santa parece (o al menos así se cuenta en una hagiografía repleta de falsedades, seguramente) que fue al martirio siguiendo los pasos de su padre, también mártir. 

Balbina, Pili e Irene en la puerta de casa Albañil. 1988


lunes, 2 de noviembre de 2020

Un día para el recuerdo

 



Pilar Lacambra Garcés, en la década de los 20 del s.XX
Ha sido éste un día de los difuntos muy anómalo. En el cementerio de Troncedo no ha habido el bullicio habitual de otros años a causa de las medidas sanitarias a las que estamos sometidos en todo el país pero, sorprendentemente, nadie ha olvidado a los suyos. De alguna manera, todas las familias se han organizado para que las sepulturas lucieran limpias y tanto las flores frescas como las lámparas encendidas no faltaran en un día como hoy. En estas circunstancias quiero traer al recuerdo a Pilar Lacambra Garcés, una tía de cuya existencia y triste desaparición no tuve noticia hasta bien cumplidos los veinte años cuando su hermana mayor, Rosalía, me enseñó esta foto que es el único testimonio que queda de su paso por el mundo. No es extraño que mi madre, Balbina, la hermana más pequeña, no me hubiera hablado nunca de ella, en contraste con las veces que llegó a nombrar a su padre Antonio y a su hermano Miguel Lacambra, fallecido también prematuramente como consecuencia de una enfermedad contraída durante la guerra. Pero es que Miguel era su hermano adorado, su referente a lo largo de toda la infancia y por el que compartió el sufrimiento familiar durante los años de guerra así como la dolorosa agonía después de su vuelta a casa. Pero a Pilar creo que ni la llegó a conocer o, en todo caso, cuando volvió a morir al pueblo, mi madre sería todavía un bebé, de tal manera que no tenía motivo para recordarla. 


La niña, de carita redonda y rasgos inequívocamente familiares que esboza una tímida sonrisa en esta foto de estudio,  tenía sólo trece años cuando volvió a casa para morir, enferma de tuberculosis. Estaba sirviendo como criada* en alguna casa rica de Barcelona cuando contrajo la enfermedad que sería poco después del día en el que con tanta ilusión habría ido a hacerse este retrato para enviar a sus padres. Ataviada, con toda seguridad, con su mejor vestido, una sencilla batita de cuello babi, No tengo datos para saber con qué edad se desplazó a la ciudad condal pero evidentemente,  muy niña. El destino se cebó con ella. Como a tantas, nacer mujer en el seno de una familia campesina de un pueblo de montaña a principios del siglo XX, salvo excepciones, la abocaba a una vida de servicio a propios y extraños que se iniciaba en el momento en el que eran mínimamente autónomas. Para algunas, por paradójico que parezca, si esta condena recibida en la misma cuna les empujaba a la emigración a una gran ciudad, con el tiempo llegaba a convertirse en una oportunidad de liberarse aunque fuera mínimamente. Fue el caso de su hermana Rosalía que, por lo menos, pudo elegir libremente un marido que la cuidó e hizo feliz durante toda la larga vida de ambos, y escabullirse del matrimonio concertado que, cómo no, también le había programado la familia. Su hermana, esta tía tan desconocida para las generaciones posteriores, tuvo la peor de las suertes. Descanse en paz.

Miguel Lacambra Garcés, 1915-1941




 
 * Para saber un poco más sobre las condiciones de vida de las criadas en Barcelona en los tiempos en los que la tierna Pilar estuvo por allí, os remitimos a un artículo de Joan Mannet i Pesas "La revuelta de las criadas" del que nos hicimos eco en El Caixigar nº 13, de junio de 2016.

P.C.


sábado, 12 de septiembre de 2020

El luto también tenía género


Rebuscando fotos para la exposición que prepara la Asociación Castillo de Troncedo  me he encontrado con esta foto en la que aparecen mi prima Matilde con su hijo Clemente en brazos, mi abuela Manuela y mi madre, Balbina. La foto debe ser del verano de  1964. Mi abuela y mi madre, totalmente enlutadas por el fallecimiento de Antonio, el albañil, hijo y hermano respectivamente de ambas. Al toparme con la imagen, me ha recordado muchas otras de mujeres enlutadas, tan frecuentes en mi infancia. De hecho, la única estampa de mi abuela que mi cabeza conserva es la de la foto, una mujer pequeña, enjuta, arrugada, de expresión dura y vestida íntegramente de negro, de pies a cabeza. Pero no era un caso excepcional, a partir de cierta edad que a veces era muy temprana, las mujeres se ponían de luto y, en el peor de los casos, la vida (y la muerte) ya no les daba ocasión para el color, literal y metafóricamente. Primero, era por un abuelo, un padre, una madre... después el marido, y eso contando que no hubiera ningún hijo entre medio. Al final... ya no era edad ni había ánimo (ni dinero) para otras ropas. Y más de una se quedó soltera al encadenar varias pérdidas familiares que, durante varios años, los del luto, le impidieron asistir a verbenas, meriendas o cualquier otro encuentro social. 

Y es que el luto por la muerte de un familiar era una norma social incontestable, había obligatoriedad de mostrar públicamente la pena por una pérdida cercana y reciente.  Y todavía más en las zonas rurales, una costumbre que no comenzó a aligerarse hasta bien entrada  la década de los 70 del siglo XX.  Aun hoy en día,conservamos muchas costumbres en los sepelios oficiales, como es el vestir de color negro, dar el pésame a la familia o dejar de asistir a algún tipo de festejo (aunque esto cada vez menos). Pero es bueno recordar que el luto no siempre ha sido igual en España. De hecho, el protocolo a seguir en caso de muerte fue decretado por los Reyes  Católicos. Ellos fueron los primeros en imponer el color negro  tras el fallecimiento de su hijo el príncipe Juan, ya que antes se vestía de blanco en estas ocasiones, tradición que databa del s.II en Roma. Igualmente sus católicas majestades marcaron que los entierros debían ser recatados, sin un exceso de gritos y lloros (prohibieron la contratación de plañideras) aunque impusieron unas condiciones tan exigentes que el Concilio de Toledo lo reprobó, y fue Felipe V quien definió un nuevo protocolo. Uno de estos cambios los encontramos en el primer año de luto de la viuda, que debía habitar en una habitación tapizada de negro, con las ventanas cerradas y sólo pasado ese año podía incorporar elementos de decoración en tonos más claros.

Después del Concilio, el color negro en el hogar se limitaba a las alfombras y las cortinas. Esta nueva pragmática incluso indicaba que alrededor de la cama mortuoria debían encenderse exactamente ocho velas o qué tipo de tejidos debían vestirse. Con el paso de los siglos, estas costumbres se han ido perdiendo paulatinamente y las mujeres han sido las grandes beneficiadas, pues eran las más perjudicadas, obligadas a guardar el luto de forma mucho más visible y durante largos años si no llegaba a ser, como se ha dicho,  a lo largo de toda su vida. El protocolo estaba muy regulado:

 - Por la muerte del esposo o esposa, el cónyuge llevaba luto riguroso dos años más seis meses de alivio de luto, para relajarse del negro.

- Por la muerte de un hijo, los padres llevaban dos años de riguroso luto más seis meses de alivio, también.

- Por la muerte del padre o de la madre, los hijos llevaban luto un año más seis meses de alivio de luto.

- Por la muerte de un hermano, los hermanos guardaban seis meses de luto riguroso.

- Por la muerte de los abuelos, los nietos guardaban seis meses de luto riguroso más tres meses de alivio.

- Por la muerte de un tío o tía, los sobrinos mantenían tres meses de luto.

El luto riguroso consistía en permanecer apartado de la vida social, ir ataviado de negro y en alejarse de toda actividad de ocio. La clausura en la vivienda duraba tres meses en el caso de las viudas o hijos del fallecido/a. Pasado el transcurso de luto, se pasaba al medio luto, en el que se llevaban colores apagados como el gris o el malva. 

El luto también tenía género. Teniendo en cuenta la alta mortalidad infantil durante la primera mitad del siglo XX y los hijos perdidos en la guerra, es fácil explicarse por qué todas aquellas mujeres mayores de nuestra infancia iban siempre enlutadas, en la ropa y en el corazón. Porque el luto riguroso se cebaba, cómo no, mucho más con ellas, obligadas a vestir de negro de la cabeza a los pies, incluida  la ropa interior, los complementos y las joyas (si las tuvieren). Las únicas piedras que las mujeres podían lucir eran el azabache, la amatista y el ónice, por tratarse de piedras oscuras. Pasado el primer año, los hombres, en cambio, portaban una cinta negra en la manga o en las solapas de la chaqueta. En ambientes urbanos y de clase social acomodada, la cinta negra se colocaba en el sombrero.

Al margen de los signos externos, otro apartado lo constituirían los ritos religiosos y las tradiciones de enterramiento que también estaban estrictamente reguladas. En el último ejemplar de El Caixigar, había un artículo en el que se describía con detalle la organización de la Cofradía del Santísimo Sacramento que se ocupaba de estos menesteres. 




 

miércoles, 15 de abril de 2020

Escuela de Vanguardia en Graus

Vivimos en un país, España, en el que el analfabetismo de la población fue la tónica hasta la segunda mitad del siglo XX. Sin embargo, existieron pequeñas excepciones de iniciativas educativas innovadoras que la II República trató de generalizar hasta que el levantamiento militar las truncó de raíz. Nunca llegaremos a ponderar el daño que el golpe y la dictadura franquista posterior asestó también a la educación.

En la primavera de 2018 el Espacio Pirineos de Graus organizó una exposición titulada "Escuela de Vanguardia. Proyectos y actores pedagógicos en Graus entre los s. XVII y XX". Y es que la localidad ribagorzana  fue uno de los lugares en los que confluyeron diversas iniciativas y personajes que contribuyeron a elevar el nivel educativo de la población. "Hablamos de la enseñanza jesuita, de una pionera Escuela de Artes y Oficios o de los numerosos proyectos educativos surgidos durante la II República. Y siempre al frente de ellos, hombres y mujeres con una visión amplia y privilegiada como Esteban de Esmir, Carmen de San Luis Monsarro, José Salamero e, indiscutiblemente, Joaquín Costa" 

El tradicional papelón data de 1886
En la foto, mi hermano. allá por 1955
Todas las personas interesadas en la Historia de la Pedagogía, la Historia en general y la Historia cercana pueden acceder al catálogo de la exposición a través de este enlace. La visita a estas páginas nos permite acercarnos a algunos aspectos de la vida cotidiana y la organización social de otras épocas, así como rescatar la figura de maestros y maestras que  dejaron su impronta en la población. El mismo Joaquín Costa,  prócer de la patria, no hubiera pasado de ser más que un zagal espabilado si no hubiera sido por la insistencia de su maestro, D.Julián Díaz Fernández, para que sus padres le permitieran seguir estudios.  Y así sucedería con más de uno y una que quizás no hayan adquirido la misma trascendencia pero sí contribuído a su crecimiento personal y el de toda la sociedad.  Es posible que quienes conocieron la exposición en su momento y quienes se acerquen ahora de manera virtual, adquieran algunas claves que les permitan entender mejor por qué hoy mismo, una  localidad de las dimensiones y circunstancias geográficas de Graus tiene una vida cultural tan intensa y una influencia directa por todo el entorno próximo de pequeños pueblos de Ribagorza y Sobrarbe y otros lugares. No cabe duda de que el refrán "de aquellos polvos, estos lodos", utilizado generalmente en sentido negativo, adquiere en este caso su significado más positivo. 

La exposición se completaba con un vídeo que recoge testimonios personales de la escuela de antaño, concretamente y por la variable del paso inexorable del tiempo,  se centran en la dinámica de la escuela nacional-católica de la dictadura pero, en cualquier caso, resultan entrañables. Tanto como lo ha sido  para mí,  permítaseme una anécdota muy personal, encontrar entre la relación de docentes que dejaron huella el nombre de una maestra de párvulos, Dª Balbina Viñas, que ejerció en la década de los veinte. Siempre me había contado mi madre que su nombre, tan ajeno  a los habituales por la zona, se lo habían puesto por una maestra. Por las fechas y estrecha conexión entre Graus y Troncedo que ha existido siempre, deduzco que era esta sobrina de Costa que en 1924 fue nombrada "profesora benemérita" en reconocimiento a su admirable sistema de enseñanza.  P.C.

G

miércoles, 7 de marzo de 2012

Mujeres de otros tiempos

Mi abuela se llamaba Manuela. No sabía leer ni escribir  pero sabía hablar francés, lo había aprendido de moza durante el tiempo que estuvo sirviendo al otro lado de los Pirineos. Los pequeños  ahorros que pudo reunir en aquellos años, 320 pesetas, los aportó como dote al matrimonio que le habían "apañado" sus hermanos mayores cuando fueron a buscarla para casarla con el heredero de casa Albañil, donde ya estaba casada su hermana Marcela de quien a partir de entonces pasó a ser "la joven". Corría el año 1904 y tenía 21 años. Le esperaba una empresa heroica: la de traer hijos al mundo, una docena más o menos, para sólo ver crecer a cinco porque los demás murieron en el momento del parto. Cuando nació la última, mi madre, Manuela ya estaba harta de parir, trabajar la tierra y cuidar los animales. Sería por eso y por otros sinsabores que no le quedaba ternura para ofrecer a esa cría que había llegado inoportunamente, cuando ya había superado con creces la cuarentena. Pero aún le esperaban muchos años por delante para seguir obedeciendo a la hermana/dueña, al amo/esposo, a su propia "joven" ..., para ver marchar un hijo al frente, presenciar la muerte no sólo del marido sino también de tres de aquellos cinco hijos supervivientes ... incluso para cerrar la casa del pueblo y bajar al llano, a un territorio inhóspito en un pisito de barrio obrero; hasta para alcanzar a sobresaltarse con las imágenes de los toros en aquel cajetón que  alguien colocó en el comedor ... 
Pobre yaya, aquella anciana pequeña y delgada, siempre cubierta por un pañuelo negro. La anciana de piel  blanca y extremadamente arrugada y  aspecto dulce y frágil de mis recuerdos infantiles bajo el que se escondía la que había sido una madre dura y arisca. Es indudable que la vida le ofreció pocas oportunidades para la alegría.  
Con motivo del Día Internacional de la Mujer no se me ocurre mejor homenaje para aquellas madres y  abuelas montañesas de su generación y de tantas otras, que la evocación de sus  vidas duras y sacrificadas. Eran tiempos difíciles para todos pero siempre las mujeres llevaron un plus de cargas y servidumbres. A ellas les debemos el recuerdo y reconocimiento, nos dieron la vida y de una u otra manera contribuyeron a que sus hijas y sus nietas pudiéramos ir abriendo puertas que  no podían ni imaginar.


Pilar Ciutad Lacambra

martes, 31 de enero de 2012

As crabetas

. La Etnografía debe estar al servicio de la unidad de la Humanidad que valora la diversidad. Una vez más éste es el espíritu con el que Enrique Satué y Roberto L'Hotellerie abordan su nueva y singular obra: un libro-museo sobre la infancia tradicional en el Pirineo porque As Crabetas* no es un libro sino "un museo que se levanta sobre un manual". Un recopilatorio magníficamente editado por PRAMES (colección Temas Aragoneses) sobre cómo era la infancia y, por ende, el ciclo vital de los montañeses hasta hace prácticamente dos generaciones. Las distintas salas de este museo tan particular poseen abundante documentación de todo tipo,  tanto oral como  fotográfica,  así como otros espacios que los autores denominan auxiliares. La lectura y contemplación del conjunto nos  transporta a algún lugar de un ser colectivo en el que reverbera el eco de la infancia de nuestros mayores.  Mención aparte merecen las minuciosas ilustraciones de L'Hotellerie que recrean personas, objetos y escenas con precisión y mimo y que a la vez son complemento y se ven complementadas por las viejas fotografías de Ricardo Compairé, Fritz Krüger y del fondo de los propios autores.
  
  Esta obra en la que Enrique comenzó a  trabajar allá por los años ochenta, cuenta entre sus fuentes con  testimonios de aquellos niños y niñas montañeses de la primera mitad del siglo XX. Aparecen entre sus páginas algunas variadas referencias a Troncedo que Enrique recogió de la voz de mi madre, Balbina Lacambra Garcés. Ahora, cuando se cumplen diez años de su fallecimiento, no podría haber encontrado mayor homenaje. Particularmente le quedo profundamente agradecida.

Pilar Ciutad Lacambra


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 * As crabetas es el nombre con el que se conoce a las Pléyades (pequeña constelación  de estrellas jóvenes que se sitúan a una distancia aproximada de 450 años-luz de la Tierra). "Esta agrupación estelar en forma de lágrima (o rebaño),  presidía en primavera y verano desde lo alto del cielo los temores de los niños y niñas pastoras que guardaban el ganado mientras éste estercolaba los campos" (E. Satué)

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Enrique Satué Oliván, maestro, historiador, etnógrafo, pirineísta, divulgador ... estuvo en Troncedo en Junio de 2005, tuvimos el placer de escuchar su disertación en una conferencia que él nombró cómo "Aquel Pirineo" (título también de uno de sus libros) pero no la grabamos en vídeo que, por cierto, es una costumbre que deberíamos ir adquiriendo. Para refrescar la memoria de la sencillez y el tono con el que Enrique pone a disposición de quien le quiera escuchar su sabiduría cuelgo aquí el inicio de otra conferencia que he encontrado en la red:




domingo, 30 de enero de 2011

Poemas para el recuerdo

Hay una determinada edad en la que empiezas a fijarte en las esquelas de los periódicos. De vez en cuando encuentras un apellido familiar, una persona mayor amiga o conocida, el padre de  un compañero de trabajo,  ... Unos años más tarde te tropiezas con los nombres de padres y madres de tus propios amigos. No pasarán muchos años sin que, desgraciadamente, las esquelas se refieran a personas de tu propia generación que se van yendo demasiado pronto. Incluso llega el momento en el que te toca el doloroso trámite de redactar alguna de un ser muy querido. Lo cierto es que ya no sabes desde cuándo pero todos los días te encuentras a ti misma revisando las necrológicas. Y es un ejercicio interesante porque, aunque la mayoría responden a una misma fórmula,  más a menudo de lo que pueda parecer, las manifestaciones de duelo se saltan los convencionalismos en un desesperado y precipitado intento de traducir en palabras las emociones que afloran ante la pérdida. Y a veces el resultado consigue conmoverte. Hace un tiempo encontré un hermoso poema que unos padres dedicaban al hijo desaparecido, pero cuando lo leí pensé que bien podía  haber estado dedicado a mi propia madre.  Ahora, cuando se cumplen nueve años de su  fallecimiento, quiero traerlo aquí en su memoria:

El mar no nos alcanza                                   Después que aquí te deje
con sus besos salobres.                                  y en el tronco te ahonde
Aquí sobre la encina                                      te llevaré conmigo
quiero tallar tu nombre.                                en mi sangre más noble
Para sus letras duras                                     y escucharé tu grito
no encuentro mejor molde.                           otra vez entre voces.


Que el viento te dé fuerza                              Que la paz de esta encina
y la mañana canciones,                                  tu memoria sazone.
y que tu acento encuentre
su anchura en este monte.                              Francisco Giner de los Ríos

El pulso no me tiemble
ni mi acero se doble.


El nombre: Balbina Lacambra Garcés, nacida en 1925 en casa Albañil de Troncedo.
La encina: la carrasca de casa Albañil, una de las "propiedades" más apreciadas por generaciones de la familia.
El monte por el que se desparrama su acento: el de Troncedo.