Hay una determinada edad en la que empiezas a fijarte en las esquelas de los periódicos. De vez en cuando encuentras un apellido familiar, una persona mayor amiga o conocida, el padre de un compañero de trabajo, ... Unos años más tarde te tropiezas con los nombres de padres y madres de tus propios amigos. No pasarán muchos años sin que, desgraciadamente, las esquelas se refieran a personas de tu propia generación que se van yendo demasiado pronto. Incluso llega el momento en el que te toca el doloroso trámite de redactar alguna de un ser muy querido. Lo cierto es que ya no sabes desde cuándo pero todos los días te encuentras a ti misma revisando las necrológicas. Y es un ejercicio interesante porque, aunque la mayoría responden a una misma fórmula, más a menudo de lo que pueda parecer, las manifestaciones de duelo se saltan los convencionalismos en un desesperado y precipitado intento de traducir en palabras las emociones que afloran ante la pérdida. Y a veces el resultado consigue conmoverte. Hace un tiempo encontré un hermoso poema que unos padres dedicaban al hijo desaparecido, pero cuando lo leí pensé que bien podía haber estado dedicado a mi propia madre. Ahora, cuando se cumplen nueve años de su fallecimiento, quiero traerlo aquí en su memoria:
El mar no nos alcanza Después que aquí te deje
con sus besos salobres. y en el tronco te ahonde
Aquí sobre la encina te llevaré conmigo
quiero tallar tu nombre. en mi sangre más noble
Para sus letras duras y escucharé tu grito
no encuentro mejor molde. otra vez entre voces.
Que el viento te dé fuerza Que la paz de esta encina
y la mañana canciones, tu memoria sazone.
y que tu acento encuentre
su anchura en este monte. Francisco Giner de los Ríos
El pulso no me tiemble
ni mi acero se doble.
Para sus letras duras y escucharé tu grito
no encuentro mejor molde. otra vez entre voces.
Que el viento te dé fuerza Que la paz de esta encina
y la mañana canciones, tu memoria sazone.
y que tu acento encuentre
su anchura en este monte. Francisco Giner de los Ríos
El pulso no me tiemble
ni mi acero se doble.
El nombre: Balbina Lacambra Garcés, nacida en 1925 en casa Albañil de Troncedo.
La encina: la carrasca de casa Albañil, una de las "propiedades" más apreciadas por generaciones de la familia.
El monte por el que se desparrama su acento: el de Troncedo.
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