lunes, 30 de mayo de 2016

El último pastor

Hace pocas horas nos ha llegado la noticia del fallecimiento de Joserón, el pastor. No por anunciada,   nos duele menos. Hemos perdido para siempre un elemento del paisaje troncedano, un personaje singular, el último pastor del pueblo; observador incansable de estos montes y piedras, que atesoraba en su memoria nuestra pequeña historia. Se había criado en Panillo pero terminó de hacerlo en Troncedo porque todavía era un zagal de 14 años cuando llegó al pueblo  y durante los 65 restantes ha vivido en todas y cada una de las casas, repartiendo los días según las cabezas de ganau que guardaran en sus corrales. Compartió la intimidad de las familias y las largas veladas de invierno junto al fogaril cuando todavía había familias, había veladas y no había televisiones ni mucho menos Internet y el visionado de las imágenes en movimiento se centraba en las llamas del hogar y las yayas, con el fuso en la mano,  nos decían aquello de "no mires el fuego, ninona, que te picharás en la cama"; mientras, los yayos se ocupaban de contar los cuentos que a ellos les habían contado sus propios yayos y así hasta el origen de los tiempos (o casi). Y también vio cerrarse una a una casi todas las puertas, de tal manera que su "trashumancia" personal por los hogares se redujo en los últimos años a tres (Baile, Mariñosa y Soltero) para limitarse en las dos postreras décadas de su vida a la de Soltero, casa en la que echó raíces y permaneció como uno más de la familia tras la jubilación. Sólo en el último año, después de que su salud se resquebrajara y precisara de cuidados especializados, se trasladó a una residencia de ancianos.

Ya no nos lo encontraremos más en medio del camino, confundido con los colores del bosque, prácticamente invisible si no fuera porque siempre acababa descubierto por los jadeos o ladridos del perrico que  le acompañaba. Como nos ha dicho José de casa Solanilla en un mensaje de wasap: 

                                 Se ha ido como ha vivido ...sin ruido.



En 2005  Troncedo le rindió un pequeño homenaje reconociendo su  vida y su dedicación al pueblo. Para aquella ocasión, una buena amiga  compuso un poema que se publicó en El Caixigar nº 2 y del que rescatamos algunos versos.


La figura del pastor       

siempre quedará grabada
en la memoria del pueblo
como estampa acostumbrada:
con el morral a la esquena, 
la gayata pa empararse,
el paraguas por si acaso
cara la tarde tronase.

Asinas, t'ol día al monte,
apacentando el ganau,
faya calor, frío u aire,
que ya el tiene acostumbrau.

En el morral, la ciembrera
del de comer. El cenar
a redolin por las casas,
y el dormir y el almorzar, 
que en toz los fogarils
s'ha calentau del lugar,
y sopas de to las casas
(escaldadas u con güego)
en ha comiu p'almorzar.

(...)

De tantas generazions
de pastós en este pueblo,
a Joserón el pastor
nuestro afecto le ofrecemos,
porque ha siu como uno más
en las casas de Tronzedo.


 DEP, José Abré Belfort.