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miércoles, 23 de julio de 2025

La península de las casas vacías. Un libro que nos interpela literaria y literalmente.

 

Los soldados estuvieron de pie junto a los juncos alrededor de tres horas y media hasta que, a medianoche, el matemático Tagüeña, encargado de aquellas unidades, dio una señal que era una palmada al hombro que los unos a los otros de forma consecutiva se iban a dar a lo largo de todo el trecho de río que habían escogido para franquear. No lanzaron consignas o gritos de guerra. La operación se llevó a cabo en el más absoluto silencio, interrumpido únicamente de los remos de las barcas mal bogadas. Fueron guiados por aparceros republicanos de la zona, quienes conocían los puntos del río menos peligrosos. Aunque también hubo quien sintió pánico al ver las aguas del río y desertó, como el Campesino, uno de los militares republicanos más célebres y loados.”


El tío Miguel,  campesino y soldado.
(El marco de la foto lo hacían
los propios soldados en sus ratos
 de ocio en el frente)
 
¿Habrá algún íbero descendiente de los hunos o de los hotros o incluso de los "haquellos"  que quedaron en medio que no se haya encontrado con sus ancestros en algún momento a lo largo de estas 695 páginas? En este párrafo de la página 570 yo he visto con nitidez el rostro aterrorizado de mi tío Miguel Lacambra Garcés, otro campesino (este, ni célebre ni loado) frente a esa mayúscula corriente de agua, incomparable a todos los barrancos de Troncedo juntos ni siquiera en las primaveras excepcionalmente lluviosas como la de este año. Fue en ese punto donde también se dio la vuelta y echó a andar hacia Barcelona. Difícil imaginar cómo llegó hasta casa de su hermana Rosalía, sorteando la muerte segura si hubiera sido interceptado por cualquier patrulla militar. Ella lo escondió hasta el final de la guerra en la pequeña portería que regentaba y, a pesar de las penurias del momento, consiguió el sustento para el prófugo, su pequeña hija de 6 años y ella misma saliendo por las noches a robar en las huertas de las afueras de la ciudad, mientras su propio marido estaba preso en un campo de concentración en León. Historias familiares una y mil veces repetidas por ella y mi madre, la hermana pequeña, añorando al que era ”el ser más bueno del mundo”, que más tarde volvería enfermo,  “cogió frío en los riñones durmiendo la siesta bajo una higuera en el frente(una infección sin duda), para morir poco más de un año después entre gritos de dolor, con la sangre envenenada, cuando esos mismos riñones dejaron finalmente de filtrar.


Además de las íntimas sensaciones que evocan las líneas de esta inmensa (por contenido, volumen, datos, recorrido…) novela, la emoción y el desgarro están presenten en todos sus centenares de páginas. Confieso que esa inmersión en la triste y reciente historia de nuestro país se me ha hecho bola en algunos momentos por la exuberancia de las imágenes del realismo mágico que envuelve a toda la obra. No me pillaba de nuevo, ya había oído hablar mucho de ella y de la originalidad de su estilo pero ha habido ocasiones en las que me resultaba difícil desentrañar entre lo mágico y el realismo real (valga la redundancia). Dicho esto, reconozco que el libro es un compendio ambicioso y conmovedor de la mal llamada guerra civil española, que abruma por la dimensión, la exhaustiva  narración y su recorrido geográfico. Y digo mal llamada porque ni fue civil (militares contra el pueblo) ni fue una guerra entre hermanos, conceptos acuñados posteriormente por los rebelados para justificar la inhumana tropelía a quien ellos mismos habían bautizado  como una cruzada bendecida por la Iglesia Católica. Pablo Ardolendo cargando por toda la península con el cadáver de su hermano (a quien él mismo había ejecutado)  para llevarlo a enterrar junto a la familia es la expresión más rotunda de lo falsario de ese concepto de guerra fratricida, los hermanos no abandonan los cuerpos amontonados de otros hermanos en fosas olvidadas.
  
Y si esta abundancia de imágenes y relatos metafóricos ha añadido dificultad a la lectura y  derivado en una digestión más lenta, también hay que reconocerle que contribuyen de manera diferente a todo lo escrito hasta ahora para concluir que la trágica travesía de Jándula, trasunto literario del pueblo natal del autor,  resume de una u otra manera la de todos los pueblos peninsulares así como el personaje de Odisto y su familia, a los cientos de miles de campesinos arrastrados y arruinados vitalmente por la violencia desatada tras el golpe militar. Volviendo a lo conocido de primera mano, en Troncedo no he oído que pasara literalmente eso de que los cristales se desgastaran por la mirada de las mujeres atisbando la llegada del ausente pero sí me han hablado de  las madres que salían corriendo cuando, en un goteo lento y angustioso, por el camino aparecía la figura de un soldado que volvía. Cada una de ellas esperaba que esa vez fuera su hijo, aunque ya sabemos que algunas se llevaron ese anhelo a la tumba.

   Difícil escoger entre tanto dolor y  brutalidad pero el capítulo 112, El puerto de los olvidados, me ha resultado particularmente estremecedor de principio a fin. Y, contra los reparos esbozados en lo referente al estilo imaginativo del autor, no puedo dejar de destacar el valor en la abundancia de citas históricas que acrecientan el rigor de la historia y retratan perfectamente a los protagonistas históricos de uno y otro lado. Y como mi modesta opinión no es más que eso, modesta, después de escribirla he buscado otras y, entre ellas, apunto esta encontrada en un blog de críticas literarias que, aunque difiere notablemente en el valor que atribuye al estilo del autor,  coincide en muchos aspectos con la mía:

Sea como fuere, La península de las casas vacías merece vuestra atención y no saldréis indemnes de ella. Os emocionaréis con los personajes, con el uso del realismo mágico, con las tragedias, con los abusos y la rabia descontrolada de los fascistas, con la indignación de los republicanos demócratas, os indignaréis con las malas decisiones del ejército republicano y los aciertos de un Franco apoyado por el fascismo europeo. Y, ante todo, sufriréis con el devenir de una familia humilde que se ganará vuestros corazones y que lo irá rompiendo hasta la última página. No hay tregua para los Ardolendo, no hay tregua para Odisto y su familia. No hay salida posible de una guerra civil. Y quizás, tras su lectura, seamos un poco más conscientes del dolor que se padeció en España entre 1936 y 1975. Y quizás, tras su lectura, nos comprometamos un poco más con la memoria democrática, con la verdad, la justicia y la reparación de las víctimas republicanas.


En este sentido es el propio autor quien  nos  interpela directamente y de forma abundante entre sus páginas. Se trata de otro ejercicio estilístico peculiar en el que él mismo se hace presente y juega a interactuar con los personajes e incluso a alterar los tiempos y el devenir de la Historia:

“Si os preguntáis la razón por la que he preferido descongelarlos y matarlos a que despertaran en cuarenta años, os la resumo: me daba pena que, en cuatro décadas, los niños despertaran en una sociedad que, en lugar de tratar la guerra con una firme memoria histórica, firmará un pacto de silencio y dedicará únicamente un par de páginas en los libros de texto al conflicto”.




"La guerra es simple: consiste en introducir un pedazo de hierro en un pedazo de carne"
                                                                   
                                                               Jean-Luc Godard

P.C.