lunes, 2 de noviembre de 2020

Un día para el recuerdo

 



Pilar Lacambra Garcés, en la década de los 20 del s.XX
Ha sido éste un día de los difuntos muy anómalo. En el cementerio de Troncedo no ha habido el bullicio habitual de otros años a causa de las medidas sanitarias a las que estamos sometidos en todo el país pero, sorprendentemente, nadie ha olvidado a los suyos. De alguna manera, todas las familias se han organizado para que las sepulturas lucieran limpias y tanto las flores frescas como las lámparas encendidas no faltaran en un día como hoy. En estas circunstancias quiero traer al recuerdo a Pilar Lacambra Garcés, una tía de cuya existencia y triste desaparición no tuve noticia hasta bien cumplidos los veinte años cuando su hermana mayor, Rosalía, me enseñó esta foto que es el único testimonio que queda de su paso por el mundo. No es extraño que mi madre, Balbina, la hermana más pequeña, no me hubiera hablado nunca de ella, en contraste con las veces que llegó a nombrar a su padre Antonio y a su hermano Miguel Lacambra, fallecido también prematuramente como consecuencia de una enfermedad contraída durante la guerra. Pero es que Miguel era su hermano adorado, su referente a lo largo de toda la infancia y por el que compartió el sufrimiento familiar durante los años de guerra así como la dolorosa agonía después de su vuelta a casa. Pero a Pilar creo que ni la llegó a conocer o, en todo caso, cuando volvió a morir al pueblo, mi madre sería todavía un bebé, de tal manera que no tenía motivo para recordarla. 


La niña, de carita redonda y rasgos inequívocamente familiares que esboza una tímida sonrisa en esta foto de estudio,  tenía sólo trece años cuando volvió a casa para morir, enferma de tuberculosis. Estaba sirviendo como criada* en alguna casa rica de Barcelona cuando contrajo la enfermedad que sería poco después del día en el que con tanta ilusión habría ido a hacerse este retrato para enviar a sus padres. Ataviada, con toda seguridad, con su mejor vestido, una sencilla batita de cuello babi, No tengo datos para saber con qué edad se desplazó a la ciudad condal pero evidentemente,  muy niña. El destino se cebó con ella. Como a tantas, nacer mujer en el seno de una familia campesina de un pueblo de montaña a principios del siglo XX, salvo excepciones, la abocaba a una vida de servicio a propios y extraños que se iniciaba en el momento en el que eran mínimamente autónomas. Para algunas, por paradójico que parezca, si esta condena recibida en la misma cuna les empujaba a la emigración a una gran ciudad, con el tiempo llegaba a convertirse en una oportunidad de liberarse aunque fuera mínimamente. Fue el caso de su hermana Rosalía que, por lo menos, pudo elegir libremente un marido que la cuidó e hizo feliz durante toda la larga vida de ambos, y escabullirse del matrimonio concertado que, cómo no, también le había programado la familia. Su hermana, esta tía tan desconocida para las generaciones posteriores, tuvo la peor de las suertes. Descanse en paz.

Miguel Lacambra Garcés, 1915-1941




 
 * Para saber un poco más sobre las condiciones de vida de las criadas en Barcelona en los tiempos en los que la tierna Pilar estuvo por allí, os remitimos a un artículo de Joan Mannet i Pesas "La revuelta de las criadas" del que nos hicimos eco en El Caixigar nº 13, de junio de 2016.

P.C.


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