Por lo que me contaba mi madre, las calabazas en forma de calavera que portaban una vela encendida en su interior y colocadas en la puerta del cementerio (recordad que entonces estaba en el medio del pueblo, junto a la iglesia) en la oscuridad total de aquellas noches sin luz eléctrica, resultaban realmente aterradoras para unos niños acostumbrados a la realidad de una vida muy dura pero no a las imágenes grotescas y fantasiosamente monstruosas que tan familiares son para los de ahora.
Por eso no está de más que, con creencias religiosas o sin ellas, revivamos el espíritu de aquella fiesta iniciática que aludía a la muerte de la naturaleza, preparando el ánimo para el largo y oscuro invierno, con la esperanza de que después llegaría el renacer y la primavera; para entonces ya prepararían otros festejos más alegres y luminosos...
Y si, aprovechando la ocasión, alguien quiere contar historias de miedo a los peques le recomiendo recurrir también a nuestra propia tradición aragonesa con cuentos como el de La cabra montesina o el realmente terrorífico (doy fe desde mis recuerdos infantiles) de MARIETA.
Actualización 1 de noviembre 2010:
No se puede luchar contra corriente, así que las calabazas, las visitas al cementerio, las velas encendidas durante la noche de ánimas, la castañada, ... todas las tradiciones seculares convivieron con la nueva moda de los disfraces. Todo vale para pasar una jornada de encuentro y fiesta. Los peques se lo pasan ...¡DE MIEDO!
Ola Pili. Yo también me inclino por la costumbre de contar historias de terror a la luz de una calabaza. Y no por los disfraces y la recogida de chucherias.
ResponderEliminarTerrorificos besos a todos.
Dora
Madre mia!!! que esqueleto mas guapo!!!!
ResponderEliminarY que me dices del fantasma que está detrás??? jejeje
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