En verano las casas de Troncedo recuperan el ajetreo y la vida que antaño perdieron en su mayoría. Rara es la puerta que no se abre por lo menos durante la semana de las fiestas. Algunos prolongamos nuestra estancia, disfrutando del lugar, el enclave, el clima y, sobre todo, del buen ambiente entre los vecinos y aprovechamos también para ir conociendo más cosas y lugares del "país".
Ayer domingo, un grupo de más de veinte troncedanos amigos nos fuimos a la cueva de La Espelunga, en la falda de Peña Montañesa. Una estupenda mañana (el calor no apuraba y las nubes amenazantes de primera hora se fueron disolviendo) nos acompañó a lo largo del sendero que parte del monasterio de San Beturián y conduce hasta la ermita rupestre donde dicen que se refugió el santo para aislarse del mundo y sus tentaciones (en forma de mujer, cómo no). Lo cierto es que el tipo tenía que ser raro, eso es lo que íbamos pensando conforme ascendíamos hasta el eremitorio elevado en simbiosis perfecta con la piedra de Sierra Ferrera porque aunque todos coincidimos en que el lugar es imponente y la vista magnífica, es también inexplicable que alguien decida voluntariamente vivir allí de forma permanente, aunque fuera el siglo V.
Qué bien se lo montan algunos. Mientras uno está por Hungría otros se escapan por los montes con los de Troncedo, jaja. Veo que os lo pasasteis bien.
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