No hay ninguna guerra.
Ningún ejército invasor.
No se esconden agazapados los guerrilleros
tras los barzales,
ni se esperan escaramuzas
de los contrarrevolucionarios.
Ha sido la vida misma
quien se ha rebelado
contra los 'vivos',
en el peor sentido de la palabra vivos.
Se ha cansado de ver
cómo dábamos la espalda
cómo dábamos la espalda
a nuestra condición natural.
Nos viene a recordar que somos
una especie vulnerable,
nada más ni nada menos,
un eslabón de la cadena.
Y los caminos se han vaciado
de caminantes,
de camineros,
de cazadores,
de seteros,
de paseantes,
de turistas,
de curiosos,
de urbanitas con sus urbanos perros,
de desalmados …
No se escuchan tampoco
roncos motores a lo lejos
ni se levanta el polvo tras las ruedas
de las motos.
Ni los tubos
ahogan con su veneno
los aromas de los montes.
Y entonces…
el bosque se despliega agradecido.
Los gurriones se dejan ver sin temor,
se escucha el armónico coro de las cardelinas,
los chabalíns campan más libremente que antes, los corzos corren y saltan juguetones
y…
hasta la rabosa olfatea confiada el rastro
de algún pequeño príncipe amigo.
P.C.
P.C.
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