miércoles, 26 de octubre de 2011

Tradiciones de aquí

Cada año cuando se acercan estas fechas considero importante insistir en que las celebraciones de Halloween hunden su raíz en la más ancestral cultura europea. La aportación de los EEUU se centra en la parte comercial y la banalización consumista del asunto pero lo cierto es que, al igual que otras celebraciones cristianas, Todos los Santos tiene un origen pagano, asociado originalmente a las sociedades agrarias (no exclusivo del mundo celta) que en cierta forma celebraban las distintas estaciones. Con la cristianización muchas fiestas, símbolos, rituales... recibieron un nuevo barniz que los permitió pervivir en la nueva religión. 

En relación con esta celebración en concreto he encontrado una página web  en la que se recopilan las tradiciones aragonesas en torno al día 1 de noviembre:

La creencia general era que las ánimas del purgatorio vagaban esa noche en busca del descanso eterno y acudían a nosotros en busca de ayuda, ayuda que debíamos prestarles a cambio de su intercesión por nosotros para lograr nuestro bien. Antiguamente durante el día de Todos los Santos y la noche de difuntos las campanas tocaban a muerto y en las casas se rezaba el rosario, se comían frutos secos y se contaban historias de miedo, apariciones y seres sobrenaturales, a veces durante toda la noche.
En las casas y en las iglesias se encendías velas y lamparillas. Se ponían también en las ventanas de las casas.
En el Archivo de Tradición Oral de Aragón encontramos un romance recogido en Tarazona que enseña, por boca del difunto esposo que se dirige a su viuda, algunas de las cosas que se deben hacer para ayudar a las ánimas a alcanzar el descanso eterno y evitar que se enfaden con nosotros: encender luces, rezar, ir a misa y hacer penitencia.

Esposa del corazón,
¿cómo de mi no te acuerdas?
¿cómo no rogas [sic] a Dios
que me saque de estas penas,
oyendo misas cantadas,
rosarios y penitencias?

Los niños vaciaban calabazas por un pequeño agujero hecho en su base, les hacían agujeros con forma de ojos, nariz y boca de aspecto terrorífico y les ponían dentro una vela encendida. Estas calabazas se llevaban en procesión por la noche o se ponían en puertas y ventanas para asustar a la gente. Había alguna persona que se disfrazaba de fantasma y salía a la calle también para aterrorizar al personal. Los más atrevidos apostaban entre ellos quién tendría valor para ir al cementerio a hacer alguna gamberrada*. Hoy son los chicos y chicas más jóvenes quienes se disfrazan y recorren las casas pidiendo caramelos y golosinas; aunque esta costumbre es rechazada por quienes creen que es una moda importada de Estados Unidos, en realidad no es más que la adaptación a los tiempos actuales de una antigua tradición nuestra, una parte más de nuestro patrimonio histórico y cultural que, de otra manera, habría desaparecido de nuestra memoria colectiva y con toda probabilidad habría sido sustituido por algún tipo de ceremonial remotamente relacionado con nuestro folklore.

* Es preciso también volver a recordar que estamos hablando de tiempos en los que no había luz eléctrica, las noches eran oscuras de verdad y además los cementerios estaban junto a las iglesias, las más de las veces, en el medio del pueblo. Muchos tenían que pasar por delante obligatoriamente de vuelta de sus faenas y no podían eludir las bromas y miedos.

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