Una vez más hemos dado la vuelta al calendario y
nos hemos plantado en un año de guarismos bien redondos, 2020. El mes de enero
avanza inexorable y comienza el desfile de los santos barbudos, objeto de
devoción secular en los pueblos de Sobrarbe. En muchos de ellos se revive la tradición
del fuego, símbolo solar. Mientras la tierra duerme, el fuego calienta los
hogares, purifica las almas, protege contra los maleficios y trae la bendición
sobre las personas, los animales y las cosechas.
Y en esta habitual mezcla del santoral cristiano con ancestrales rituales paganos, el primer santo piloso que inaugura el desfile es San Victorián (Beturián, por estos lares), patrono del barrio de Sant’Angel de Troncedo, y de las otras dos casas que se levantan bajo el castillo, Torrocella y Sastre. Aquí no hay tradición de celebrar esta fiesta con hogueras sino que, antiguamente, tal y como nos contaron Ramón Rami y Lourdes Castán en El Caixigar nº 1, se asistía a la Misa en la pequeña iglesia dedicada al santo, después se daba “la caridad” en la era de Viu y se comían las viandas que cada casa aportaba. Por la tarde se bailaba en la sala de Viu y después de cenar en la de Sastre.
Y en esta habitual mezcla del santoral cristiano con ancestrales rituales paganos, el primer santo piloso que inaugura el desfile es San Victorián (Beturián, por estos lares), patrono del barrio de Sant’Angel de Troncedo, y de las otras dos casas que se levantan bajo el castillo, Torrocella y Sastre. Aquí no hay tradición de celebrar esta fiesta con hogueras sino que, antiguamente, tal y como nos contaron Ramón Rami y Lourdes Castán en El Caixigar nº 1, se asistía a la Misa en la pequeña iglesia dedicada al santo, después se daba “la caridad” en la era de Viu y se comían las viandas que cada casa aportaba. Por la tarde se bailaba en la sala de Viu y después de cenar en la de Sastre.
La sangría humana que despobló estas tierras y
lo intempestivo de la fecha contribuyó a que la fiesta se perdiera, hasta hace
unos pocos años en los que la persistencia de algunos vecinos del barrio ha
venido convocando a los más animosos que no tienen miedo al tiempo ni pereza
para desplazarse hasta el lugar. Hay que decir que a ello contribuye la bonanza meteorológica que disfrutamos en este
pueblo que no sabemos si es debida al cambio climático o al santo benefactor,
agradecido por el recuerdo, o a la conjunción de ambos.
Este año hemos sido más de una veintena los que
nos hemos acercado al reparto de la caridad, no sin antes pasarnos a honrar al
santo. En ausencia de cura católico que celebrara Misa hemos tenido como
maestro de ceremonias a Ramón Rami que, de manera respetuosa con el sentir de
cada uno, nos ha invitado a guardar un minuto de silencio en el que cada uno
podía libremente rezar o elevar su pensamiento al recuerdo de los ausentes o
los fines que deseara. Después de ello, hemos rendido el debido pagano tributo al
dios Sol que resplandecía en el cielo y, en la era de Joaquín, hemos degustado
la tradicional “caridad” que venía acompañada de otros deliciosos manjares,
entre los que no faltaba vino D.O. Somontano, chocolate y bombones y el poncho
elaborado por Emilio de Casa Sarrat que desprendía un delicioso aroma a la miel
de sus arnas. De fondo, un altavoz con
la música de la Ronda de Boltaña.
Si nos retrotrajéramos a la primera mitad del
siglo pasado, la próxima cita no se haría esperar, este mismo viernes 17 de
enero llega el siguiente barbudo, San Antón, y las celebraciones se
multiplicarían. Además de la fiesta de Damas y Caballeros infantil, se sumarían
las numerosas invitaciones de las casas en las que había algún Antonio (o Antonia), es
decir, casi todas las del pueblo pues rara era la que no tenía uno por lo menos. Pero, dadas
las circunstancias, nos conformaremos con seguir manteniendo esta tradición
revivida, esperando que a la cita del año próximo no falte nadie y, si es
posible, seamos muchos más.
Feliz año y a encarar con buen ánimo el frío
que se nos viene encima porque si se cumple el refrán… "por
San Antonio (17) hace un frío del demonio; por San Sebastián (20), un frío que
no se puede aguantar, y por San Vicente (22), el sol toca los torrentes”
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