domingo, 2 de septiembre de 2018

Una carta de amor

  Sólo hace dos días que hemos tenido la noticia de que un  nuevo miembro ha llegado a casa Mariñosa. Todos nos hemos alegrado con la buena nueva y la certeza de que madre e hijo están perfectamente pero, antes de tener ocasión de obsequiar al recién nacido y a sus felices padres, ha sido Gabi, la mamá   quien nos sorprende con un regalo.  Uno de los mejores, de aquellos que se ofrecen desde el corazón. Una carta de amor a Troncedo que nos toca a todos.

   Gracias infinitas, Gabi, por estas bellas palabras. Bienvenido al mundo, Giuseppe, estamos deseando verte por aquí y muchas felicidades a Raúl. Parabéns para toda la familia.

En septiembre de 2014 conocí Troncedo, aún salía con Raúl (aunque ya estábamos prometidos para ser sinceros), vinimos a conocer Barcelona y tuve la oportunidad de pisar allí, llegué desprevenida y desde el primer momento, con lo visual que soy, ¡la belleza del lugar con casas de piedra me cautivó!
No, en Brasil no existe el concepto de pueblo, somos un país joven, ni mucha historia conseguimos crear todavía, además, por ser tan poblado, o encontramos alguna casa perdida y mal cuidada por la montaña, o ya se encuentra en una ciudad directamente.
En aquel momento fui viendo, a pesar de ni siquiera entender el castellano en aquella época, que había algo más que belleza, que había magia.
Me sentí más que bien recibida por la familia Mariñosa. Aquel día conocí a Quino, Jovi, Carlos, Diego y Dora. Tras llenarme de comida y buenas intenciones subimos al bar. Qué vista tan espectacular y qué gente tan simpática, pensé, aún sin entender demasiado sentí la vibración positiva.
Desde entonces digo que Troncedo tiene la puesta de sol más bonita que conozco, el árbol de la vida y de los deseos -la higuera que hay en frente de casa Mariñosa-, la familia más amable que yo conocí -que nunca juzga ni pierde el tiempo hablando de otros-, y los vecinos más familiares que existen.
Ir a Troncedo es como ir a otro planeta. La sintonía cambia, las personas se conectan. Cuando hay fiesta es impresionante. Me siento en una sinfonía de Beethoven de lo bien que las cosas fluyen con los preparativos. Todos viven en comunidad y se ayudan, algo que yo nunca he visto, ni de lejos, ni en películas.
Todos se paran para preguntar cómo estás y todos arriman el hombro en proyectos para el pueblo, siempre pensando en la recompensa: cuidar las tradiciones, el entorno y aprovechar el momento.
Cada viaje es un aprendizado. No quiero citar nombres en particular porque los admiro a todos. Incluso, muchas veces, sin recordarlos todos, sé quién es quien y guardo todo lo que conversamos e intercambiamos en el corazón.
La experiencia más épica que yo he vivido hasta día de hoy: ha sido en agosto de 2018 cuando vi el resultado del ‘banco de Joseré de Mariñosa’. Sí, los vecinos se juntaron una vez más para construir algo más que un banco, una espectacular grada con un precioso banco de madera en homenaje a mi dulce suegro querido por todos. Cada semana, poco a poco, fueron construyendo con amor aquel maravilloso lugar en el que tuvimos la oportunidad de sentarnos con la familia. ‘El prado y tu presencia en el horizonte...’ dice la placa que le pusieron, ¡emocionante!
Deseo larga vida a Troncedo y a sus raíces, deseo larga vida a Casa Mariñosa. Que las próximas generaciones entiendan el valor de compartir genuinamente y lo cuiden con el mismo cariño que vemos ahora en ese lugar encantado donde el tiempo, o la falta de él, no existe ni nos preocupa.
Gracias Raúl por mostrarme ese paraíso e por hacerme parte de la familia Mariñosa contigo, ¡me siento bendecida! ¡Que Giuseppe vibre igual que lo hace Ciccio cuando se da cuenta que está yendo al pueblo! ¡Te amo!
Gabi



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