jueves, 25 de septiembre de 2014

Feria de San Miguel. Sanmiguelada


La Feria de San Miguel es considerada una de las más antiguas de Aragón. Su fecha de concesión data de 1201, privilegio que concedió el rey Pedro II al abad de San Vitorián, trasladando a Graus la que solía celebrarse todos los años en el monasterio de San Pedro de Tabernas. La feria duraba 10 días, comenzaba tres días antes de San Miguel; es decir el 26 de septiembre y finalizaba el 5 de octubre. En esos días acudían a Graus numerosos tratantes, ganaderos de toda la zona y de toda España, para la compra y venta de los caballos; porque decían que “era muy bueno el ganado que se vendía en Graus”, convirtiéndose en una feria puntera, que incluso llegó a dictar el precio y el peso para la comarca.
Hasta bien entrada la década de los sesenta del siglo pasado, la feria de San Miguel era una cita para los tratantes de ganado, para agricultores y ganaderos de la región, y para los compradores de caballerías, así como para los patrones que buscaban criados o viceversa, criados que querían cambiar de amos. Por eso se conocía también como “la feria de los amos”

Sufrió un retroceso tras la llegada de la maquinaria agrícola al campo, a causa de la consiguiente desaparición de las caballerías para las faenas. Pero si algo la ha caracterizado, es que no ha perdido el carácter comercial, de ahí su celebración ininterrumpidamente del evento. Además no sólo sirvió como motor de exposición comercial, sino que también dio pie a la creación de nexos personales entre diferentes comarcas y sus gentes.Por todo ello, el Ayuntamiento de Graus en el 2001, coincidiendo con el 800 aniversario de su concesión,  llevó a cabo la reedición de esta significativa muestra caballar y mular. Con la modernización del certamen a los tiempos, se enfocó hacia el ocio y el turismo como elementos principales, sin olvidar el carácter comercial con la compra-venta de ejemplares. Y tras ocho ediciones la feria se ha consolidado como una actividad más dentro del calendario festivo de la localidad.


Sanmiguelada. En relación con la costumbre de contratar sirvientes en estas fechas he encontrado un artículo muy interesante en el blog Contando cosicas de Aragón que paso a transcribir:

 San Miguel fue erigido patrón de las localidades donde convivían cristianos, moriscos y judíos, hasta la expulsión de nuestro país de estos dos últimos, ya que el arcángel aparece en los libros de las tres comunidades. El Santo tiene dedicadas diversas ermitas y parroquias en todo Aragón. Para San Miguel Arcángel (29 de septiembre) terminaba el ciclo agrícola o el año laboral y, así, los jornaleros finalizaban el contrato con sus amos o lo renovaban por un año más. Era la "sanmiguelada", fecha en la que se ajustaban las cuentas del año y se decidían para el siguiente.



Coincidía este día con el repaso de cuentas en las casas, con el ajuste de mozos y sirvientas, la renovación de médicos, farmacéuticos… era algo así como el balance de ingresos después de los gastos onerosos que imponía la recolección, entre fatigas, sudores y lágrimas… Era el día de San Miguel, “revolvedor”, en que la casa de labrador, asalariaba su servidumbre para el año próximo; firmaba el contrato de arriendo de sus domicilios o de sus tierras; vencían los pagaré, el préstamo o la hipoteca; y en dicho día se celebraba en muchos lugares, la feria de la servidumbre, a donde concurrían de casi todos los pueblos de la montaña y donde se celebraban ajustes y buscaban criados, como si se tratase de un mercado de ganado. Una feria de este tipo muy importante se daba en el lugar de Graus.



La llegada de San Miguel suponía un verdadero trasiego de gente joven de ambos sexos; servían en casas de labranza en los pueblos, y en la ciudad como doncellas, cocineras, o niñeras. Los asalariados se vinculaban a las casas, por espacio de una añada, de sanmigalada a sanmigalada, que era la fecha crucial del calendario agrario y el hito temporal de renovación o rescisión de los contratos entre amos y jornaleros. En general esos contratos eran de carácter verbal, en los que la dieta de los jornaleros era muy importante, y ésta se constituiría en uno de los factores de descontento de los jornaleros, ya que muchos de ellos se contrataban poco más que por la comida. La sociedad montañesa era eminentemente autárquica y la circulación del dinero estaba en estado muy embrionario. El refranero popular, hace gala de un enorme sentido irónico: "¡Ya van en menos las malas, que me quedan once meses y tres semanas!” Este axioma popular ha quedado como patrón definidor de las servidumbres sacrificadas. Estar hastiado del comportamiento del amo a la primera semana del contrato es harto significativo. La abstinencia de los jornaleros es un hecho muy divulgado por toda nuestra tierra. Dado el alto índice de testimonios orales, no podemos negar que la frugalidad no estaba exenta en la dieta alimentaria tradicional. El patrimonio y el gobierno doméstico tenía en la virtud del ahorro, una conducta de ejemplaridad. A veces la acción de ahorrar rayaba en la cicatería y en el egoísmo. Y de ello dejaron constancia los peones.



Eran también fechas de retorno de los pastores de las montañas para los que la climatología impedía continuar en los valles pirenaicos, y era el momento de regresar a la tierra baja, a los pastos de invernada. Este descenso se realizaba, en ocasiones, de forma escalonada. En Ansó, las ovejas subían a los puertos el 10 de julio y permanecían en ellos hasta el 29 de septiembre”

Leyendo estas líneas he recordado una anécdota que me contó mi tía Rosalía que de niña, tendría 9 o 10 años a lo sumo, fue llevada a servir para la sanmiguelada a una casa de Ligüerre donde la hacían trabajar de lo lindo y la malalimentaban. Pasado el año, la criatura sacó fuerzas para enfrentarse al amo, pedir le la cuenta y decirle que se marchaba porque no le gustaba estar allí. El amo le contestó que podía marcharse como había venido, que el sueldo ya se lo había cobrado su padre en aceite en la feria de Graus del año anterior. La historia no termina aquí puesto que, con un hatillo en el que envolvió sus pocas posesiones, se marchó (andando, por supuesto) hasta Troncedo, encontró a su madre con otras mujeres “filando” en la placeta y lo primero que le espetó fue que qué mala trabajadora debía ser cuando la habían echado. Me parece un testimonio desgarrador del desamparo y la dureza de la vida para las niñas campesinas de aquellos principios del siglo XX en estos pueblos. Siempre que tengo ocasión traigo al recuerdo estas realidades, creo que es el mejor homenaje que puedo hacer a mis antepasadas, dejar fe de la dureza de su origen para poner en valor cómo supieron sobrevivir y adaptarse a los nuevos tiempos con el firme propósito de mejorar el destino de sus hijas. 




1 comentario:

  1. De Mayo a San Miguel pastor de ovejas quiero ser
    De San Miguel a Mayo que las guarde el amo

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