jueves, 3 de noviembre de 2011

Hubieron tiempos sin crisis

Cuando una se pone a revolver entre viejos papeles y se detiene un rato a tratar de descifrar esas hermosas caligrafías realizadas a plumín por los antiguos notarios de estas tierras, descubre cosas muy curiosas; cosas como que hubo una vez un tiempo en el que las gentes de por estos valles no conocían la palabra crisis. ¡Vaya suerte!, pensarán algunos ¡Suerte, la vuestra!, nos dirían ellos si levantaran la cabeza y nos vieran

Para la entrada CRISIS, las dos primeras definiciones del diccionario de la RAE son: 1.Cambio brusco en el curso de una enfermedad, ya sea para mejorarse, ya para agravarse el paciente.  2. Mutación importante en el desarrollo de otros procesos, ya de orden físico, ya históricos o espirituales. 


Nuestros bisabuelos no podían hablar de crisis porque  su principal preocupación era la de conseguir alimentar y vestir a toda la familia los trescientos sesenta y cinco días del año y, en sus  decimonónicas  vidas campesinas,  las cosas no cambiaban demasiado de una añada a otra, el objetivo era poco más que subsistir. Para ilustrar los apuros y penas que pasaban por aquel entonces en el afán de mantener el pequeño patrimonio familiar, baste con apuntar un párrafo que he encontrado en la escritura de Capitulaciones Matrimoniales de mi bisabuelo, Florentino Lacambra Noguero, con la que iba a ser su segunda esposa, Marcela Garcés Mariñosa,  después de enviudar de la primera, Vicenta Carrera Lagén. Corría el año 1892 y, entre los bienes que el primero aporta al matrimonio, se encuentra una viña sita en los términos de Salinas de Trillo, partida de La Fuente, de ochenta y cinco áreas, ochenta centiáreas de cabida, linda por Oriente con la de Joaquín Noguero, Poniente con la de Joaquín Buetas, Mediodía con barranco y Norte con la de José Pueyo, valorada en sesenta pesetas. La adquirió el contrayente durante su consorcio con su primera esposa por compra a Andrés Carrera Rufat y María Espuña Serradui, habiéndose éstos reservado para sí y los suyos el poder recobrarla cuando lo tengan por conveniente, devolviendo su precio y el coste de la escritura en una solución o en tres plazos y con la condición de que durante dicho contrato si a los vendedores y en su defecto a los suyos les conviniere tener en arriendo dicha finca no se opondrá el comprador  si pagan puntualmente las contribuciones, cultivan la finca con arte de buen labrador y pagan también el arriendo que se estipulase cada uno, según consta de la escritura testificada por D. Fernando Cerezuela, Notario de Benasque, en 12 de septiembre de 1.879.

Para los que no lo sepan, mi bisabuelo era albañil. Seguramente en aquel año 1.879 habría realizado alguna obra en casa de los vendedores y también, a buen seguro, la obra sería de vital importancia pues parece que la encargaron sin tener efectivo, así que la venta de la viña en cuestión sería el pago, muy a su pesar, de los jornales del albañil. Tanto  pesar habría en el trato que, aún vendiéndola, se reservaron el derecho a comprarla si los tiempos venían de cara o, cuando menos, a mantenerla arrendada con la poética condición de cultivarla con arte de buen labrador.
Pilar Ciutad
Fotografía Ricardo Compairé. Museo del Serrablo

Nota. No sé nada de dónde está esa viña, si la recuperaron los antiguos propietarios o incluso si cabe la posibilidad de que siga siendo propiedad de mi familia y no lo sepamos. Una cuestión que se me antoja también muy literaria.

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