Mi abuela se llamaba Manuela. No sabía leer ni escribir pero sabía hablar francés, lo había aprendido de moza durante el tiempo que estuvo sirviendo al otro lado de los Pirineos. Los pequeños ahorros que pudo reunir en aquellos años, 320 pesetas, los aportó como dote al matrimonio que le habían "apañado" sus hermanos mayores cuando fueron a buscarla para casarla con el heredero de casa Albañil, donde ya estaba casada su hermana Marcela de quien a partir de entonces pasó a ser "la joven". Corría el año 1904 y tenía 21 años. Le esperaba una empresa heroica: la de traer hijos al mundo, una docena más o menos, para sólo ver crecer a cinco porque los demás murieron en el momento del parto. Cuando nació la última, mi madre, Manuela ya estaba harta de parir, trabajar la tierra y cuidar los animales. Sería por eso y por otros sinsabores que no le quedaba ternura para ofrecer a esa cría que había llegado inoportunamente, cuando ya había superado con creces la cuarentena. Pero aún le esperaban muchos años por delante para seguir obedeciendo a la hermana/dueña, al amo/esposo, a su propia "joven" ..., para ver marchar un hijo al frente, presenciar la muerte no sólo del marido sino también de tres de aquellos cinco hijos supervivientes ... incluso para cerrar la casa del pueblo y bajar al llano, a un territorio inhóspito en un pisito de barrio obrero; hasta para alcanzar a sobresaltarse con las imágenes de los toros en aquel cajetón que alguien colocó en el comedor ...
Pobre yaya, aquella anciana pequeña y delgada, siempre cubierta por un pañuelo negro. La anciana de piel blanca y extremadamente arrugada y aspecto dulce y frágil de mis recuerdos infantiles bajo el que se escondía la que había sido una madre dura y arisca. Es indudable que la vida le ofreció pocas oportunidades para la alegría.
Con motivo del Día Internacional de la Mujer no se me ocurre mejor homenaje para aquellas madres y abuelas montañesas de su generación y de tantas otras, que la evocación de sus vidas duras y sacrificadas. Eran tiempos difíciles para todos pero siempre las mujeres llevaron un plus de cargas y servidumbres. A ellas les debemos el recuerdo y reconocimiento, nos dieron la vida y de una u otra manera contribuyeron a que sus hijas y sus nietas pudiéramos ir abriendo puertas que no podían ni imaginar.
Pilar Ciutad Lacambra
¡Viva las MUJERES de Troncedo!
ResponderEliminarQué bonito homenaje...
ResponderEliminar