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sábado, 2 de febrero de 2019

Matilde, hija de la emigración


El pasado 13 de enero falleció mi prima Matilde Lascorz Lacambra. Había nacido en 1932 así que en marzo próximo hubiera cumplido 87 años,. Pertenecía a la primera generación de hijos del masivo éxodo migratorio de los pueblos aragoneses a Cataluña. Sus padre, Antonio Lascorz, era originario de la aldea de Tricas (hoy engullida por el bosque)  y se había  criado en otro lugar de Sobrarbe que hoy también está abandonado e igualmente confundido entre la maleza,  Lacort. Su madre, Rosalía Lacambra, era de casa Albañil de Troncedo  y siendo prácticamente una niña fue a servir a Barcelona. Ambos se conocieron allí, en el Centro Aragonés de la ciudad condal, lugar de encuentro dominical para todos aquellos aragoneses desplazados a la urbe. Matilde y su madre  vivieron la guerra civil solas en una portería de l’Eixample pues Antonio había sido movilizado  al  frente y después, hecho prisionero. Por si fuera poco, un hermano de su madre, el tío Miguel, cansado de una guerra que no entendía ni encajaba con su bonhomía natural, abandonó la lucha en el fragor de la batalla del  Ebro y fue andando hasta Barcelona, donde Rosalía lo mantenía escondido en la portería. Fueron tiempos muy difíciles, en los que más de una vez madre e hija tuvieron que recurrir a robar algo de comer por las huertas de las afueras de la ciudad. Precisamente la última vez que la vi, tuvo fuerzas para dar un paseo por las inmediaciones de su casa, en el Paseo San Juan, llegando justo hasta la esquina donde a principios de siglo XX se levantó la fábrica de automóviles Elizalde, que durante la guerra fue colectivizada y destinada a la fabricación de bombas de aviación. Allí nos recordó el miedo pasado durante los bombardeos vividos muy de cerca pues su portería hacía esquina con la calle Córcega, justo en la acera de enfrente de la fábrica, objetivo de la armada italiana que colaboraba con Franco.

A pesar de todas estas vicisitudes, mis tíos se labraron una vida y pudieron dar un  buen porvenir a su hija. Ella fue la primera mujer de la familia que estudió y que tuvo una carrera profesional, un hito que no puedo dejar de reseñar por ser el eslabón familiar que conforma la cadena de conquistas en la emancipación de las mujeres españolas  en el pasado siglo. Primero ejerció de comadrona para pasar después al laboratorio del Hospital Sant Pau donde desarrolló una larga trayectoria como analista. Fue una mujer muy activa y jovial, “de buena encontrada” como decimos por estos lares, activa e interesada en la cultura, la actualidad y la política hasta el último día.

Cataluña le dio muchas oportunidades a esta parte de la familia emigrada pero ellos también le aportaron toda una vida de sacrificio, esfuerzo y amor por la tierra de acogida, un intercambio común a todos los miles de emigrantes de Aragón y de otros lugares de España, décadas de simbiosis entre las personas y los territorios que duele mucho apreciar cómo obvian muchos discursos simplistas en la actualidad. Matilde era muy catalana pero nunca olvidó de donde venía y ha vivido estos últimos tiempos con la inquietud y el enojo con el que toda persona lúcida y bien informada  como ella podrá comprender fácilmente.

Conocida y apreciada, me consta, por todos los de Troncedo que acabaron recalando en Barcelona y que, con frecuencia, visitaban a sus padres para charlar animadamente sobre los temas y las personas de estos lugares de Sobrarbe. De paso también, aprovechaban para pedir consejo al Dr. Cebolla como cariñosamente se conocía a mi tío Antonio, por su sabiduría autodidacta en temas de alimentación y medicina natural. Matilde nunca perdió  el vínculo con el pueblo, la casa y la familia de su madre.

Descanse en paz, mi querida prima a la que tengo que agradecer el descubrimiento de muchos lugares y experiencias en mi vida. No recuerdo ahora el momento preciso pero estoy segura que la primera vez que vi el mar, lo haría de su mano y el primer baño en aguas mediterráneas, eso sí que lo guardo en mi memoria,  también fue en su compañía.



No te acerques a mi tumba sollozando.
No estoy allí. No duermo ahí.
Soy como mil vientos soplando.
Soy como un diamante en la nieve,
brillando.
Soy la luz del sol sobre el grano dorado.
Soy la lluvia gentil del otoño esperado
cuando despiertas en la tranquila mañana.
Soy la bandada de pájaros que trina.
Soy también las estrellas que titilan,
mientras cae la noche en tu ventana.
Por eso, no te acerques a mi tumba sollozando.
No estoy allí.
Yo no morí

Poema  que Matilde había enviado poco antes de Navidad a sus personas queridas. Una muestra de la lucidez y serenidad que mantuvo hasta el último suspiro.
Pilar C. Lacambra


jueves, 21 de septiembre de 2017

Cuando un amigo se va ...

Plantación de árboles. Marzo de  2007

"Donde tú te encontrabas bien era ayudando a los demás a conseguir sus objetivos".

 Esta frase, extraída de la despedida que su hijo Raúl ha colgado en Facebook es una afirmación que, estoy segura, suscribimos todos los troncedanos y troncedanas.José Mariñosa con su discreción habitual, sin hacer alarde de nada, sin ruido y sin polémica, siempre ha estado a punto para colaborar en todas las iniciativas que unos u otros proponíamos. Su legado queda entre todos nosotros, no sólo en el recuerdo sino también a la vista...

Porque cuando los paseantes se detengan  bajo los plátanos de sombra en el cruce de la carretera con la pista de San Ángel para resguardarse del sol y admirar el paisaje, el rumor de las hojas movidas por el viento nos evocará el mimo con el que se plantaron y la presencia de José en esos cuidados (sugiero que pongamos en ese mismo punto algún banco para favorecer los momentos de deleite y nostalgia).

De la misma manera podríamos hablar de los árboles frutales que en los últimos años ha ido plantando por distintos rincones del pueblo que, con los cambios de colorido y forma, nos volverán a traer su viva presencia.

Casa Mariñosa, un magnífico ejemplar de la casa tradicional del lugar.

Y cada vez que subáis a la plaza, al pasar por delante de casa Mariñosa, no dejéis de fijar la mirada en su puerta; será la ocasión propicia para volver a recordarlo a través de una muestra concreta de lo que fue su buen hacer profesional en una larga y reconocida trayectoria laboral.


Sé que no me equivoco cuando afirmo que todo Troncedo quería a José o, mejor, a Joseré de Mariñosa. Todos estamos tristes porque vamos a sentir su pérdida, por lo mucho que  nos duele que no haya podido disfrutar de sus años de jubilación de la manera que tanto anhelaba, porque todos nos quedamos mermados sin su presencia amistosa y conciliadora, porque pocas veces una canción ha dicho verdad más grande que aquello de "algo se muere en el alma cuando un amigo se va"...

Personalmente, quiero quedarme con una imagen que me trae recuerdos de una noche animada y feliz de junio de 2011. Cada vez que la miro revivo lo arropada que me sentía entre esos "tres chicarrones del norte" que no le tenían miedo al frío de la madrugada. Ese mismo frío que se ha infiltrado en mi corazón desde que me llegó el mensaje de que ya no podré repetir esta foto.


¡Hasta siempre, querido amigo!

De izda. a dcha., José, Miguel, Pili y Quino

P.C.