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domingo, 20 de septiembre de 2015

La Plaza Mayor de Graus


La Plaza Mayor de Graus ha quedado finalmente en segundo lugar en ese extraño concurso que se han montado los de la Guía Repsol. Pero la PLAZA conserva el primer lugar en el  corazón de muchos grausinos de nacimiento así como de las gentes de la redolada y de muchos otros que la han visitado y se han quedado impresionados por su belleza y la riqueza histórica y vital que almacena.Felicidades, Graus.


La Plaza, julio 2015



Se trata de una de las plazas porticadas más bellas de Aragón, ya que en ella se reúnen ejemplos arquitectónicos de diversas índoles. Los arcos de medio punto, los ojivales y los adintelados, fueron creados para albergar uno de los recursos económicos más importantes de la villa, el comercio, instalándose bajo sus porches los comerciantes que venían a los mercados y a las ferias. Realizada durante la ampliación urbanística del siglo XVI gracias al aumento demográfico y económico de Graus, está catalogada Bien de Interés Cultural desde 1.975.

Los edificios más representativos son:

 El Ayuntamiento. Creado en la segunda mitad del siglo XVI es un bello edificio consistorial típico del renacimiento aragonés. Durante esa época, las entidades municipales atravesaron una etapa de ostentación económica que trataron de mostrar en las fachadas de sus nuevas sedes. Destaca el ladrillo como material básico de su construcción, con una galería de arcos de medio punto coronada por un alero de madera. En el centro de la fachada aparece el actual escudo de la villa, datado del esplendor de la Ilustración. Su interior, totalmente renovado, es un escaparate de la arquitectura vanguardista de la zona que le ha valido el premio García Mercadal, siendo especialmente destacable el mural alegórico al paso del tiempo, que decora el techo del Salón de Actos.

Por su perfección, esta representado en el Pueblo Español de Barcelona como ejemplo del renacimiento de Aragón.

 La Casa del Barón. Debe su nombre al Barón de la Conca, que según la leyenda mandó decorar la fachada de su mansión para complacer a su mujer de origen andaluz. Se construyó sobre el antiguo palacio del vicario de San Victorián y fue también palacio del Justicia de la Ribagorza. La ornamentación del siglo XVIII, recogida en todas las caras del edificio, destaca por su llamativo ciclo pictórico, utilizando un sugestivo colorido en tonos vivos. Su función es realzar las imágenes centrales de las alegorías a las ciencias y a las letras que hay en el frente principal que da hacia la plaza Mayor. Jarrones con flores, rostros, franjas y ribetes vegetales ornamentan el resto de la vivienda.

 La Casa Heredia. Actual sede de la Comarca de La Ribagorza, la casa-palacio de la familia Heredia se erigió en época renacentista, remodelándose y decorándose en estilo neoclásico dos siglos más tarde. Habitada por una floreciente familia, fue morada de personajes relacionados con la naturaleza pirenaica, el desarrollo agrícola, así como diplomáticos y militares. Presenta un prominente alero curvo con elementos influidos por el espíritu de la Ilustración. En las pinturas aparecen reflejadas diversos apartados de la Parábola del Hijo Pródigo, enmarcados entre columnas y representaciones de las estaciones del año. Cenefas vegetales se extienden por la fachada, concentrando la mirada en el reloj de sol.

 La Casa Bardaxí. El linaje de los Bardají se funde en la historia, no sólo de la Ribagorza, sino también en la de importantes hechos acaecidos en Aragón. Berenguer de Bardaxí, designado como uno de los representantes del Reino de Aragón en el Compromiso de Caspe, o Eusebio Bardaxi y Azara, destacado diplomático que llegó a ser Diputado de las Cortes de Cádiz, embajador en países europeos, y Presidente de Gobierno, son dos de los ejemplos más notorios. El inmueble es el más sobrio de los que componen la plaza, ostentando cierto aire de palacio clásico. Aquí, el relieve implanta el carácter teatralizado de la época neoclásica, adornando, por medio de columnas estriadas y frontones triangulares, el frente de la mansión. El alero, tallado en madera, está bellamente trabajado, y en el interior de la vivienda todavía se conservan amplios salones y una capilla privada.

 La Casa Capucho. El más amplio de los edificios existentes en la plaza Mayor es la Casa Capucho, siendo su decoración menos sugestiva que el resto. Columnas y frontones en colores azulados y grises resaltan sus vanos principales, y una cenefa recorre los óculos existentes en su planta superior. Balcones de forja, con figuras plásticas, y el alero de madera, despuntan en la gran fachada.

 La Casa Loscertales. Encuadrada entre edificios de mayor valor histórico, sus tres plantas se hayan decoradas con figuras y pilastras que recorren todo el edificio. Una imagen de un querubín sostiene uno de sus balcones, mientras que esbeltas columnas adosadas y un decorado alfiz, moldean su contorno.
Diario de Huesca, marzo de 1928

La plaza en 1917


jueves, 10 de septiembre de 2015

Guerras cercanas o lejanas, según se considere

Una vez más, el amigo Carlos Bravo, nos ofrece fuentes de conocimiento sobre lo que acaeció por estos territorios y su redolada en tiempos más o menos recientes o lejanos, según se considere. Episodios conocidos para algunos, desconocidos por otros muchos y que han ido configurando lo que somos hoy:

LA GUERRA CONTRA LA CONVENCIÓN

Carlos Bravo Suárez

(Artículo publicado en el Llibré de las Fiestas de Graus 2015)


La Guerra contra la Convención fue un conflicto bélico, hoy casi olvidado, que enfrentó a España y Francia entre 1793 y 1795. El escenario geográfico de esta corta guerra fueron las regiones fronterizas entre ambos países y, por lo tanto, la cadena pirenaica en toda su extensión. Aunque por sus menores dificultades orográficas tuvo una mayor incidencia en las zonas extremas de la cordillera, la guerra también se dejó sentir, si bien con menor intensidad, en el Pirineo aragonés.

Eclipsada por la posterior Guerra de la Independencia, de mucha mayor trascendencia y envergadura, la Guerra contra la Convención, que en Cataluña se conoce como Guerra Gran, ha sido poco estudiada por los historiadores modernos. En Aragón, este episodio bélico fue analizado con detalle por José Antonio Ferrer Benimelli en una magnífica tesis doctoral que fue publicada en forma de libro con el título de “El Conde de Aranda y el frente aragonés en la Guerra contra la Convención” (Publicaciones Revista Universidad, Zaragoza, 1965). Ferrer Benimelli es también autor del capítulo “Aragón ante la Revolución francesa”, dentro del libro colectivo “España y la Revolución francesa” (Crítica, Barcelona, 1989), del historiador galo Jean-René Aymes, gran especialista en este periodo.

Desde el punto de vista militar, hay varios gruesos volúmenes del Estado Central del Ejército dedicados al conflicto, publicados entre 1949 y 1959 por el Servicio Histórico Militar con el título de “Campañas en los Pirineos a finales del siglo XVIII”. Más recientemente, en 1997, dentro de las “Actas del III Congreso Internacional de Historia Militar”, editadas por la Institución Fernando el Católico, se incluyen varias ponencias relacionadas con la participación aragonesa en la Guerra contra la Convención.

La causa primera del conflicto fue la Revolución francesa de 1789. El estallido social que supuso y especialmente su contenido anticlerical y antimonárquico pusieron en alerta a la Corona española, cuyo titular Carlos IV había establecido un pacto de familia con su primo, el derrocado y después guillotinado Luis XVI. La nobleza y el influyente y beligerante clero español iniciaron una fuerte campaña antirrevolucionaria y antifrancesa que tuvo una entusiasta respuesta popular en el primer año del conflicto, pero que se fue desinflando a medida que éste avanzaba y llegaban los reveses militares para el ejército español.

No toda la sociedad española estaba a favor de la guerra. Algunas minorías ilustradas e intelectuales –luego tildadas de afrancesadas– preferían evitar el conflicto con Francia. Uno de los más destacados partidarios de la neutralidad armada frente al expansionismo ideológico revolucionario francés fue el Conde de Aranda. El ilustrado aristócrata aragonés era el valido real al inicio del conflicto y su oposición al mismo le costaría el puesto y el exilio interior. Ferrer Benimelli, en su magnífico libro, desmonta las tesis de quienes creen que Aranda era simpatizante de la Revolución Francesa y lo acusan de masón. Aranda simpatizó con las ideas ilustradas, pero se mostró claramente defensor de la Monarquía al ver los derroteros que habían tomado los acontecimientos en Francia. Sus argumentos contra la guerra, luego convertidos desgraciadamente en realidad, eran que España poco tenía que ganar en ella y sí mucho que perder, sobre todo frente a la rapiña inglesa en las colonias españolas en América. Aranda siempre consideró a Inglaterra, y no a Francia, como el verdadero enemigo de España.

Sea como fuere, la escalada entre ambos países tomó un cariz irreversible y Francia declaró la guerra a España el 7 de marzo de 1793. España devolvió la declaración bélica el día 23 del mismo mes. Siguiendo casi en todo a Ferrer Benimelli, pretendo resumir aquí la incidencia que el conflicto tuvo en nuestra comarca ribagorzana y principalmente en el valle de Benasque, escenario de algunas escaramuzas armadas durante la guerra que nos ocupa.

Una de las primeras consecuencias de la Revolución fue la llegada a España de muchos exiliados franceses, nobles y clérigos en su mayoría. Huían de las persecuciones revolucionarias, pero pronto supusieron un problema para las autoridades españolas a quienes, al igual que al pueblo llano, impregnado de galofobia, no inspiraban demasiada confianza.

Ya desde el estallido revolucionario en el país vecino, el gobierno español, con Floridablanca como primer ministro, tomó medidas drásticas para evitar que las ideas revolucionarias penetraran en España. Fue el llamado cordón sanitario, que se estableció a lo largo de la frontera pirenaica desde 1790. Uno de los aspectos destacables de esta guerra fue el uso de espías y confidentes a ambos lados de la frontera. Así, en junio de 1792, llegó al gobernador español del valle de Arán la noticia de la existencia de un complot francés para matar al rey de España. Según las informaciones, tres franceses, cuyo nombre y descripción física se conocían con detalle, pretendían atravesar la frontera haciéndose pasar por caldereros para intentar llegar a Madrid y consumar el magnicidio. El gobernador de Viella escribió al caballero benasqués José Ferraz para ponerlo sobre aviso. El alcalde de Benasque, Juan Ignacio Cornel, ordenó una intensa vigilancia de la frontera y se consiguió detener a uno de los sospechosos, un tal Bautista Labadens, que sabemos falleció en la cárcel unos años más tarde. Los franceses que viajaban con él, y contra quienes nada se pudo probar, seguían en prisión “por si acaso” en 1796, una vez que las hostilidades ya habían terminado.

A finales de 1792 se fue preparando la guerra con la movilización de unidades militares y la formación de milicias populares en cada provincia. En el partido de Benabarre, al que correspondía la comarca de Ribagorza, según un documento fechado el 24 de mayo de 1793, se habían apuntado 288 voluntarios. Las milicias populares fueron, sin duda, fundamentales en el frente de Aragón.

Al iniciarse la guerra se crearon tres ejércitos en el Pirineo. El más numeroso fue el del frente catalán, con unos 32.000 hombres al mando del general Ricardos, barbastrense de nacimiento. El frente occidental vasco-navarro, a las órdenes del general Caro, contaba con un total de unos 20.000 hombres, entre soldados y voluntarios. El frente aragonés estaba al mando de Don Pablo Sangro y Merode, príncipe de Castellfranco, y entre militares y paisanos se aproximaría a los 6.000 hombres. Su misión era defender los difíciles pasos centrales del Pirineo y ayudar, si la situación lo exigía, como así ocurrió, a los otros dos ejércitos pirenaicos.

A finales de marzo, nada más iniciarse las hostilidades, los franceses ocuparon por completo el valle de Arán. La operación resultó fácil por encontrarse esta región en la vertiente norte de los Pirineos. La situación obligó tanto al ejército catalán como al aragonés a defender bien las posiciones montañosas y evitar que los galos continuaran hacia el sur, como al parecer llegó a ser su intención en algunos momentos. Pese a que hubo algunas disidencias entre Castellfranco y Ricardos, el ejército español, con gran participación de paisanos, logró contener los intentos franceses de superar los elevados puertos que separan las dos vertientes pirenaicas.

Cuando el conflicto se declaró, se puso en marcha un gran movimiento patriótico impulsado por la iglesia y la nobleza. Ambos estamentos participaron activamente en la movilización. Desde el primer momento la Iglesia trató de convertir el conflicto en una guerra de religión, en la que los españoles defendían el trono y el altar frente a los impíos franceses, republicanos y ateos. Hubo una activa participación de sacerdotes rurales en las actividades bélicas. En un documento que se conserva, los curas del valle de Puértolas, en Sobrarbe, solicitan armas al mando militar, que les contesta que éstas les serían enviadas desde Benasque. Los clérigos responden que prefieren ir ellos mismos a buscarlas a Barbastro, porque les resulta más fácil y podrán así disponer antes de ellas. El obispo de Barbastro ofreció al ejército los derechos y las rentas de las villas ribagorzanas de Graus y Chía. Cuando Castellfranco subió con su ejército desde Huesca hasta Graus, el obispo barbastrense lo alojó en su palacio episcopal y se sumó a la expedición. El teniente coronel de las Reales Guardias Walonas, en una carta escrita desde Graus a un colega suyo, hace esta irónica observación sobre el hecho de que Castellfranco contara con la compañía del prelado: “El segundo (el obispo) me parece más necesario que el primero (el príncipe), pues nos proporciona víveres y nos prodiga muchas bendiciones”.

Los tres lugares principales de Ribagorza con contingentes militares fueron, por orden de importancia y número de efectivos, Benasque, Vilaller y Graus. Aunque Vilaller pertenece en la actualidad a Cataluña, en aquel tiempo se incluía en Aragón y durante el conflicto fue custodiado por el ejército aragonés de Castellfranco. Vilaller era, además, un punto estratégico para la defensa de las incursiones francesas desde el valle de Arán. En el primer año de guerra, el sector oriental del Pirineo aragonés estaba al mando del comandante Mariano Ibáñez y contaba con 1476 hombres para la defensa de Benasque, Viella, Vilaller y todos sus núcleos agregados.

Fue en los meses de septiembre y octubre de 1793 cuando se registraron importantes combates en el valle de Benasque. Tras una acción española en el valle de Tena, los franceses que ocupaban el valle de Arán intentaron romper las defensas españolas y penetrar en nuestro país: primero por Vilaller, luego por Esterri d´Àneu y más tarde por Benasque. En este último caso, su plan consistía en descender hasta Graus y continuar después hacia Barbastro, Monzón y el valle del Ebro. Los intentos franceses resultaron infructuosos por la enconada resistencia ofrecida por los españoles.

El 4 de septiembre los galos atacaron los puertos de Rius y Viella y el Coll de Toro y el puerto de los Araneses en Benasque. Incendiaron varios barracones y se retiraron. El 3 de octubre el ataque se extendió también a los valles de Bielsa y Gistaín. La fuerte ofensiva de ese mismo día sobre Benasque y Plan obligó al príncipe de Castellfranco a desplazarse con urgencia desde Jaca para dirigir personalmente las operaciones de defensa. Los franceses, con una columna de un millar de efectivos, atacaron la zona del Hospital de Benasque desde los puertos de los Araneses y Gorgutes. Simultáneamente, atacaron también con dos mil soldados el puerto de Plan. Los combates duraron todo el día y los franceses, con muchas bajas, tuvieron que retirarse por la tarde. Sin embargo, los días 6 y 9 de ese mismo mes, aún con más efectivos y con cuatro cañones, volvieron a atacar el valle de Benasque. La situación fue muy delicada para el ejército aragonés que logró detener el ataque en las inmediaciones del Hospital, principalmente en el paraje denominado Esquerrero, entre los Baños y el propio Hospital de Benasque. Tras fuertes combates y una operación envolvente de las fuerzas españolas, los franceses tuvieron que retirarse definitivamente.

Esos días de 1793 serían sin duda de gran agitación y temor en el valle de Benasque. Se conservan dos documentos –uno del 22 de agosto y otro del 6 de septiembre– en los que se insta a todos los pueblos próximos a Benasque a poner a disposición del ejército todas las caballerías existentes. Entre éstas, que son denominadas bagajes, se distingue entre mayores y menores. Las mayores son los caballos y mulos; las menores, los burros. Además, se distingue también entre las caballerías de los infanzones, las del estado llano y las del clero. Los pueblos incluidos en esta lista son: Cerler, Anciles, Eresué, Ramastué, Liri, Arasán, Urmella, Bisaurri, San Feliu, San Martín, Gabás, El Run, Castejón, Sos, Sesué, Villanova, Sahún, Eriste y Benasque. En total hay 335 bagajes mayores y 122 menores. También se demanda un total de 130 mozos, repartidos proporcionalmente entre los distintos pueblos, para conducir las caballerías mayores.

Tras este intento fallido, y con la llegada de los fríos y las nieves, los franceses abandonaron la idea de penetrar en España por el Pirineo central. Aunque hubo algunas escaramuzas en la zona de Canfranc y en el valle de Arán, el valle de Benasque ya no volvió a ser objeto de ataques hasta el final de la contienda. La guerra pasó a librarse en los frentes occidental y oriental del Pirineo y allí fueron desplazados casi todos los efectivos del ejército aragonés. En abril de 1795, cuatro meses antes del armisticio, en las guarniciones ribagorzanas sólo quedaban 511 hombres en Benasque, 443 en Vilaller y 70 en Graus.

Después de los éxitos iniciales del ejército español, la guerra cambió radicalmente de signo en 1794 y 1795. Los franceses llegaron a tomar las ciudades de San Sebastián, Bilbao y Vitoria en el frente occidental y el castillo de Figueras en el oriental. Finalmente, las negociaciones entre ambos países llevaron a la firma de la Paz de Basilea, el 22 de julio de 1795. España cedió a Francia la parte española de la isla de Santo Domingo y reconoció al nuevo régimen francés; a cambio, los franceses se retiraron de los territorios que habían ocupado y la línea fronteriza pirenaica volvió a quedar tal como estaba antes del conflicto. Pocos años tardarían sin embargo España y Francia en enfrentarse de nuevo en otra guerra mucho más larga, desgarradora y cruel que la que acabamos de relatar.


sábado, 12 de julio de 2014

Lupercio de Latrás, bandolero de novela.

Latrás, perteneciente al Ayuntamiento de Sabiñánigo
Recuerdo que en la Jornada Cultural del año 2004 en Troncedo, Severino Pallaruelo ya nos habló de Lupercio de Latrás. En aquella ocasión Severino disertó sobre las tres épocas  que marcaron hitos en la historia del Sobrarbe: el s. XI, tiempos de frontera entre moros y cristianos; el s. XVI, con las revueltas de los nobles de la zona contra el creciente poder real ; y el s. XX con la construcción de embalses y los efectos geográficos y poblacionales que todos conocemos. Ahora nos encontramos de nuevo con Lupercio (ay, Lupercié, Lupercié ... como parece que suspiraba su madre cuando tenía noticia de sus correrías) entre la bibliografía que Luz Gabás cita en su última novela y tras cuya lectura, como ya comentaba, quedan ganas de saber más de la época. Entre las múltiples  referencias se encuentra un libro de 1993 del mismo Severino Pallaruelo, Bardaxí: cinco siglos en la historia de una familia de la pequeña nobleza aragonesa, y un interesante artículo que Carlos Bravo escribió en 2005 sobre el bandolero que, por propios méritos podría ser  protagonista perfecto para una novela o para una película de aventuras. De hecho, yo creo que el personaje de Surano en Regreso a tu piel bebe íntegramente (y se queda corto) de la biografía de este noble segundón que no se conformó con su destino.   Transcribo un  amplio extracto del artículo citado para que quienes hayáis leído la novela, opinéis al respecto:


"Lupercio era el segundo hijo de Juan de Latrás y María de Mur. La familia paterna era de infanzones y contaba con una dilatada tradición de servicio al rey en diversas empresas militares. Tenían su castillo, y de ahí toman su apellido, en el pueblo de Latrás, hoy perteneciente al municipio de Sabiñánigo, núcleo del que dista 15 Km. Lupercio, sin embargo, había nacido a mediados del siglo XVI en el valle de Hecho, donde la familia tenía propiedades y de donde tal vez procediera su linaje. Pedro, su hermano mayor y primogénito, siguiendo la tradición, había participado en sucesivas campañas militares hasta que, a la muerte del padre, regresó a casa para hacerse cargo de las posesiones familiares que la institución del mayorazgo le concedía. Lupercio, muy apegado a su madre desde pequeño, recibió algunos estudios en Jaca, pero pronto mostró un carácter violento que causó continuas preocupaciones a su progenitora y a su hermano mayor, persona reflexiva y moderada que intercedió por él en multitud de ocasiones hasta el final de su vida. Había un manifiesto antagonismo en la manera de ser de los dos hermanos: a Pedro le llamaban "el galán"; a Lupercio, "el trotamundos".

El primer suceso de gravedad ocurrió en Hecho, cuando Lupercio intervino como mediador en una disputa entre dos bandos que terminó con dos muertes que le fueron atribuidas. Consiguió huir, pero fue condenado a la pena capital por los jurados del valle y mandado perseguir por el rey Felipe II y por la Inquisición, acusado de formar una cuadrilla de bandoleros que atemorizaba a las gentes de aquellas tierras. Su hermano Pedro le aconsejó refugiarse en Francia y consiguió que ejerciera allí labores de espía, informando al rey de los movimientos de los hugonotes y de las intenciones del monarca francés de recuperar Navarra, que siempre consideró como suya. Agradeció el rey de España sus servicios y le conmutó la pena de muerte por la obligación de enrolarse en los tercios imperiales. Fue enviado a Sicilia como capitán de infantería, al frente de una compañía de doscientos hombres que él mismo debió reclutar previamente. Las autoridades querían limpiar de revoltosos aquellos lejanos valles pirenaicos. Hay que decir en este punto que es posible que Lupercio aceptara el ofrecimiento real por el amor que sentía hacia su prima Ana María de Mur y porque en el ejército esperaba hacer méritos para ganar su aceptación.

Estuvo Lupercio cuatro años en Sicilia: allí conoció la tacañería del rey con sus soldados y, en vez de hacer riqueza como esperaba, tuvo que pagar de su bolsillo -esto es, de la hacienda familiar- los gastos de su compañía. Consiguió, sin embargo, permiso real para ir a Roma a solicitar el perdón del Papa Sixto V. Recibida la absolución papal, no duró mucho su propósito de enmienda. Cansado de la inactividad, pidió un traslado a Flandes que le fue concedido, pero sin el esperado ascenso. Después de otra serie de aventuras marineras que le llevaron hasta  las islas Azores y Portugal y que le depararon nuevas acusaciones de no  haber prestado auxilio a un naufragio, acabó en prisión y obligado al pago de una fuerte multa. Eso dolió tanto a Lupercio que, lleno de rabia, abandonó la milicia y, ya convertido en desertor, cruzó a caballo la península hasta alcanzar tierra altoaragonesa. Juzgó tan injusto aquel suceso que a partir de ese momento se produjo un cambio irreversible en su comportamiento.

A ello tal vez contribuyó el que al regresar a su tierra natal no encontrara muy receptiva a su pretendida Ana de Mur y no pudiera anunciar su boda como al parecer era su deseo. Poco después, Ana se casó con Martín Abarca de Bolea y de esa unión nacería Ana Francisca, monja cisterciense en Casbas y reconocida escritora en lengua aragonesa. Es a partir de este momento cuando las equivocadas decisiones de Lupercio lo precipitaron por una pendiente sin retorno.

Dos conflictos sacudieron en esas fechas el territorio aragonés. En Ribagorza, el conde Martín de Gurrea -y más tarde su hijo Fernando- debió hacer frente a una rebelión de sus súbditos instigada desde Madrid por el conde de Chinchón y por el propio rey Felipe II que deseaban el retorno del condado al poder real. En la Ribera del Ebro, los enfrentamientos entre los pastores montañeses (cristianos viejos) y los moriscos (cristianos nuevos) habían aumentado de manera peligrosa. En ambas disputas participó activamente Lupercio de Latrás. Al ser solicitados sus servicios por Rodrigo de Mur, señor de Lapenilla, decidió acudir a Ribagorza para ayudar a los defensores del conde. El de Latrás, antes de ir a Ribagorza, se encaminó hacia la ribera del Ebro para reclutar partidarios que le acompañaran en su empresa de ayudar al conde a salir del apuro en que se hallaba. Allí expuso sus planes a los feroces cabecillas de los pastores tensinos que encabezaban la revuelta contra los moriscos de la tierra baja. Cuando los montañeses quisieron terminar las sangrientas acciones emprendidas, Lupercio se sumó a ellas y participó en las terribles matanzas perpetradas en las poblaciones de Codo y Pina de Ebro. Los cronistas de la época documentan con detalle las espeluznantes escenas producidas en los saqueos y las destrucciones que causaron cientos de muertos entre los moriscos. La situación llegó a tal extremo que las autoridades tomaron cartas en el asunto: se organizaron partidas que persiguieran sin tregua a los alborotadores, quienes, por sus antecedentes militares, habían nombrado a Lupercio su capitán.

Fue entonces cuando el de Latrás, pese a que muchos de sus hombres no le secundaron en la empresa, se dirigió a Ribagorza, donde Rodrigo de Mur y los partidarios del conde resistían en el castillo de Benabarre. Sin embargo, cuando Lupercio y los suyos llegaron a Benabarre ya no fue necesaria su intervención. Poco tardó, sin embargo, "el trotamundos" en volver a las andadas, y esta vez de manera muy sonada. Se lanzó nada menos que a la toma de la villa de Aínsa. Hizo creer en un principio a sus habitantes que lo hacía en nombre de los diputados de Aragón, que no querían que el rey de España acabara con las libertades y los fueros del Reino. Pero pronto quedó al descubierto el embuste, provocando gran enfado tanto entre los diputados aragoneses como en los círculos reales, decididos a poner fin de una vez por todas a las acciones violentas de Lupercio y su cuadrilla. Se publicaron bandos y se puso precio a su cabeza. Pero en un rasgo de provocadora osadía, el bandolero bajó hasta Zuera y colgó pasquines en los que se ofrecía una recompensa por la cabeza del virrey.

Sin embargo, en esta ocasión, las autoridades estaban dispuestas a llegar hasta el final y emprendieron una persecución implacable sobre Lupercio y los suyos. Pese a todo, el de Latrás, en sucesivos alardes de valentía y astucia, conseguía escapar una y otra vez de sus perseguidores. Esta carrera llevó a unos tras los otros de Sangüesa a las Cinco Villas y, más tarde, a Almudévar, Grañén y Lanaja, hasta llegar a Candasnos, donde Lupercio, rodeado por completo, consiguió escapar "in extremis". Quedó diezmada la partida en la refriega y más de ochenta de los suyos fueron allí mismo ejecutados como escarmiento.

Se refugió entonces el de Latrás en la villa de Benabarre. Al ser detectada su presencia, mandó el gobernador un gran número de hombres que cercaron el castillo de la población ribagorzana. Aunque parecía imposible, Lupercio consiguió escapar de nuevo sobornando a algunos sitiadores. Desapareció un tiempo de la escena y anduvo errante por diferentes lugares. Otra vez aconsejado por su hermano, pasó a Francia y más tarde a Inglaterra. Fue nuevamente su protector Pedro quien, al parecer, convenció al rey para que conmutara la pena de su hermano y aprovechara su estancia en tierras británicas para volver a usarlo como espía. Es posible que en esta función Lupercio aún prestara alguna ayuda de utilidad a la corona. Quiso volver a España y lo hizo enrolado en un barco de piratas que pretendían robar en varias poblaciones de las costas del Cantábrico. Una fuerte tormenta provocó que la embarcación encallara cerca de Santander. Lupercio fue hecho prisionero, trasladado al alcázar de Segovia y ejecutado en secreto por orden del rey.

Terminaba así la vida de un personaje que habría de convertirse en leyenda -una canción popular chesa lo recuerda todavía en esas tierras-, y que es un exponente máximo de las revueltas y alteraciones que sacudieron al Reino de Aragón en la segunda mitad del siglo XVI"

Aunque Lupercio hubiera nacido en Hecho y su familia poseyera castillo y tierras en el lugar de Latrás, ya vemos que no se detuvo ante ninguna frontera para sus correrías pero además hay que señalar que estaba muy vinculado a  territorios bien próximos a los nuestros según escribe Alfredo López Lanaspa en el Volumen XXXV de la revista Serrablo, "en 1412 Sancho Sanz de Latrás le juró fidelidad al rey Fernando en Zaragoza, posteriormente Pedro Sanz de Latrás sería heredado por su hermano Juan Sanz de Latrás, caballero de la orden de Santiago y esposo de Esperanza Mur de Bardaxí, hija de Ramón de Mur señor de Pallaruelo de quien recibió como dote el lugar de Ligüerre de Cinca junto con el valle de Lierp y la villa del Turbón.  Lupercio Latrás, esta vez ante el notario Juan Villanueva, en 1582 vendió a su madre María de Mur los bienes que habían pertenecido, a su tío Pedro Latrás, de quién Lupercio sería heredero universal según se desprende del testamento público llevado a cabo en el castillo de Latrás ante Juan de Xavierre menor, notario público de Jaca" Creo recordar que, en la conferencia citada al principio de este artículo, Severino situaba a Lupercio de niño (cuando aún era Lupercié) en la Casa Palacio de Ligüerre.

1591, tropas castellanas entrando en Zaragoza



miércoles, 13 de noviembre de 2013

Historia lejana y cercana





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Aquí fue asesinado el Rey Gonzalo I de Ribagorza y  Sobrarbe el 25 de junio de 1043
Así reza el monolito levantado en un lugar cercano a Troncedo, encima de Tierrantona subiendo el barranco de la Usía en dirección a Lascorz, término de Foradada del Toscar. Y, después de habernos acercado hasta el lugar en un día del pasado verano, surgieron algunas dudas sobre este personaje legendario y efímero, ¿llegó a ser rey?, ¿fue asesinado o murió accidentalmente?. Prometimos informarnos al respecto y he aquí lo que hemos encontrado en  el libro Reyes y Reinas de Aragón dirigido por Guillermo Fatás y Lucía Serrano y que publicó y entregó por fascículos Heraldo de Aragón hace un tiempo. En el  capítulo dedicado a Ramiro I, rey de Aragón, dice :
En octubre de 1035 los hijos de Sancho III el Mayor de Navarra recogieron su herencia: García, el Reino de Pamplona; Fernando, Castilla; Gonzalo, Sobrarbe-Ribagorza; y Ramiro, Aragón. El reparto de los dominios no significaba su desvinculación e independencia de Pamplona ya que, como ha destacado Esteban Sarasa, el rey “tenía capacidad para encomendar y repartir el patrimonio particular pero no para dividir el regnum o fragmentar la potestas regalis”. Es decir, que Sancho el Mayor podía repartir la gestión del patrimonio entre sus hijos, pero no mermar el poder del rey. Por tanto, los territorios de Fernando, Gonzalo y Ramiro no eran independientes sino que estaban sujetos a la autoridad de su hermano y soberano, García, rey de Pamplona. Sin embargo, muerto el padre, todos los hijos intentaron ganar su independencia mediante las armas  y el derecho, enfrentándose a García en batalla, anexionando territorios y buscando intitularse rey.



Ramiro había heredado Aragón, un área montañosa y con escasos núcleos urbanos que se extendía desde el río Aragón al Alcanadre, y aspiraba a convertir sus posesiones en un Estado potente e independiente de Pamplona. Para conseguirlo se enfrentó por las armas a su hermano García. Llegó con su ejército a Tafalla en agosto de 1043. A las tropas aragonesas se habían sumado refuerzos de las taifas de Zaragoza, Huesca y Tudela, pero esto no bastó para vencer al rey de Pamplona. García sorprendió a Ramiro en su propio campamento y el ejército se retiró. No obstante, ese mismo año, Ramiro consiguió tomar Sos, Uncastillo, Luesia y Biel, por lo que puede afirmarse que la política expansionista aragonesa logró algunos éxitos.
La situación dio un vuelco cuando Gonzalo de Sobrarbe y Ribagorza murió durante una cacería en junio de 1044 sin haber dejado descendencia. Sus territorios, en lugar de ser restituidos al rey de Pamplona, fueron ocupados por el colindante Aragón. Gracias a la muerte de Gonzalo, Ramiro había conseguido la ampliación territorial que deseaba y se había convertido en soberano de todo el Pirineo central. Pocos meses después, en noviembre de 1044, se reunió con García en el monasterio de Sojuela (La Rioja) y ambos hermanos hicieron las paces. 


Aunque en el libro citado se refieren a una muerte accidental, otras fuentes como la Gran Enciclopedia Aragonesa apuntan la versión del asesinato que se menciona en el monolito. No lejos de allí en línea recta, pero a unos 15 km si vamos en coche, encontraremos junto a la carretera N-260 una escultura de Frank Norton que recuerda al primer y único rey del Sobrarbe que con su prematura muerte propició el nacimiento del que sería futuro y poderoso reino de Aragón. Por cierto, quizá os pase como a mi y no hayais oído hablar de Norton pero sin embargo su obra os resultará igualmente familiar, pues es el mismo autor del gigantesco Rey (¿Sancho Ramírez?) que nos saluda a la salida de Huesca, de los prehistóricos cazadores que tropezamos entre los túneles del congosto de Olvena cuando subimos a Troncedo, del Monumento al vino sito a la entrada de Barbastro ...