El pasado 13 de enero falleció mi
prima Matilde Lascorz Lacambra. Había nacido en 1932 así que en marzo próximo hubiera
cumplido 87 años,. Pertenecía a la primera generación de hijos del masivo éxodo
migratorio de los pueblos aragoneses a Cataluña. Sus padre, Antonio Lascorz, era
originario de la aldea de Tricas (hoy engullida por el bosque) y se había
criado en otro lugar de Sobrarbe que hoy también está abandonado e
igualmente confundido entre la maleza,
Lacort. Su madre, Rosalía Lacambra, era de casa Albañil de Troncedo y siendo prácticamente una niña fue a servir a
Barcelona. Ambos se conocieron allí, en el Centro Aragonés de la ciudad condal,
lugar de encuentro dominical para todos aquellos aragoneses desplazados a la
urbe. Matilde y su madre vivieron la guerra civil solas en una portería de l’Eixample pues Antonio había sido movilizado
al frente y después, hecho
prisionero. Por si fuera poco, un hermano de su madre, el tío Miguel, cansado de una guerra que no entendía ni encajaba con su bonhomía natural, abandonó
la lucha en el fragor de la batalla del
Ebro y fue andando hasta Barcelona, donde Rosalía lo mantenía escondido
en la portería. Fueron tiempos muy difíciles, en los que más de una vez madre e
hija tuvieron que recurrir a robar algo de comer por las huertas de las afueras
de la ciudad. Precisamente la última vez que la vi, tuvo fuerzas para dar un
paseo por las inmediaciones de su casa, en el Paseo San Juan, llegando justo
hasta la esquina donde a principios de siglo XX se levantó la fábrica de automóviles Elizalde, que durante la guerra fue colectivizada y destinada a la
fabricación de bombas de aviación. Allí nos recordó el miedo pasado durante los
bombardeos vividos muy de cerca pues su
portería hacía esquina con la calle Córcega, justo en la acera de enfrente de
la fábrica, objetivo de la armada italiana que colaboraba con Franco.
A pesar de todas estas
vicisitudes, mis tíos se labraron una vida y pudieron dar un buen porvenir a su hija. Ella fue la primera
mujer de la familia que estudió y que tuvo una carrera profesional, un hito que
no puedo dejar de reseñar por ser el eslabón familiar que conforma la cadena de
conquistas en la emancipación de las mujeres españolas
en el pasado siglo. Primero ejerció de comadrona para pasar después al
laboratorio del Hospital Sant Pau donde desarrolló una larga trayectoria como
analista. Fue una mujer muy activa y jovial, “de buena encontrada” como decimos
por estos lares, activa e interesada en la cultura, la actualidad y la política
hasta el último día.
Cataluña le dio muchas
oportunidades a esta parte de la familia emigrada pero ellos también le aportaron toda una vida de sacrificio, esfuerzo y amor por la tierra de acogida, un intercambio común a
todos los miles de emigrantes de Aragón y de otros lugares de España, décadas de
simbiosis entre las personas y los territorios que duele mucho apreciar cómo
obvian muchos discursos simplistas en la actualidad. Matilde era muy catalana
pero nunca olvidó de donde venía y ha vivido estos últimos tiempos con la
inquietud y el enojo con el que toda persona lúcida y bien informada como
ella podrá comprender fácilmente.
Conocida y apreciada, me consta,
por todos los de Troncedo que acabaron recalando en Barcelona y que, con frecuencia,
visitaban a sus padres para charlar animadamente sobre los temas y las personas de estos lugares de Sobrarbe. De paso también, aprovechaban para pedir consejo al Dr. Cebolla como cariñosamente se
conocía a mi tío Antonio, por su sabiduría autodidacta en temas de alimentación
y medicina natural. Matilde nunca perdió
el vínculo con el pueblo, la casa y la familia de su madre.
Descanse
en paz, mi querida prima a la que tengo que agradecer el descubrimiento de
muchos lugares y experiencias en mi vida. No recuerdo ahora el momento preciso
pero estoy segura que la primera vez que vi el mar, lo haría de su mano y el
primer baño en aguas mediterráneas, eso sí que lo guardo en mi memoria, también fue en su compañía.
No te acerques a mi tumba sollozando.
No estoy allí. No duermo ahí.
Soy como mil vientos soplando.
Soy como un diamante en la nieve,
brillando.
Soy la luz del sol sobre el grano dorado.
Soy la lluvia gentil del otoño esperado
cuando despiertas en la tranquila mañana.
Soy la bandada de pájaros que trina.
Soy también las estrellas que titilan,
mientras cae la noche en tu ventana.
Por eso, no te acerques a mi tumba sollozando.
No estoy allí.
Yo no morí
Poema que Matilde había enviado poco antes de Navidad a sus personas queridas. Una muestra de la lucidez y serenidad que mantuvo hasta el último suspiro.
Pilar C. Lacambra
Me ha gustado mucho el texto escrito por la prima de Matilde Lascorz. Desprende cariño y amor. Fui vecina de Matilde durante estos últimos ocho años y fue para mí la más apreciada por sus cualidades y manera de afrontar su enfermedad y su destino. Preciosa la poesía que envió a sus más allegados.
ResponderEliminarElla estará en nuestro recuerdo aún sin ir sobre su tumba. Te seguimos queriendo.
María Pilar