Empezar el año en Troncedo es un lujo. La sensación
de silencio y tranquilidad, la ausencia de prisa, la certeza de que el día es más largo y da
para mucho más que en la ciudad hacen de la estancia una experiencia realmente placentera. Soy consciente de que estas reflexiones pueden sonar muy injustas para los pocos que lo habitan
permanentemente, a quienes precisamente tanta soledad y silencio puede llegar en algunos momentos a
pesar pero hoy mismo,
primer domingo del año, estoy segura de que todos los que nos encontrábamos entre estas queridas piedras nos hemos sentido bendecidos por una jornada de invierno magnífica. Más que un pueblo, la hilera de casas constituía un
lagarto tumbado al sol, alargando su cuerpo para dejarse acariciar por el
astro rey. P.C.
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