UN LIBRO PARA UNA POLÉMICA LEJANA y CERCANA
"Después de los millones de seres humanos que se han llevado por delante
los nacionalismos debido a sus mitos casi siempre fantasiosos y a sus
incongruentes prejuicios ideológicos, solo me queda recordar a Philip Larkin,
que termina su poema MCMXIV dedicado a la Primera Guerra Mundial con estas palabras: “Nunca esa inocencia, nunca antes o después (…)/ nunca más esa
inocencia”. O sea, que no nos vengan con cuentos".
Con estas categóricas afirmaciones
termina un libro de
Javier López Facal cuya lectura recomiendo a todos para dar
un poco de luz sobre algunos de los temas de más candente actualidad,
Breve
historia cultural de los nacionalismos europeos, publicado
recientemente por la editorial
Los libros de la catarata. Dice el autor
“yo quería escribir precisamente ahora este
libro porque en 2014 se va a celebrar el referéndum sobre la independencia de
Escocia, y como pienso que Escocia es la nación sin estado que más ha
contribuido a la mitología nacionalista europea, como se van a conmemorar
también el tricentenario de la diada del onze de setembre de 1714, el
bicentenario del Congreso de Viena de 1814, que fue como el pistoletazo de
salida de tantas naciones, sobre todo europeas, y el centenario de la Primera
Guerra Mundial de 1914, aquella siniestra apoteosis que tantos millones de
muertos en nombre de sus respectivas naciones dejó por los campos de Europa,
parecía una ocasión oportuna para reflexionar sobre el fenómeno nacionalista”
Y vaya si reflexiona y nos
documenta sobre los mitos, invenciones, utilizaciones y tergiversaciones de
símbolos, datos históricos, tradiciones de nueva hornada, banderas y las abundantes falacias sobre las que se han construido las ideologías nacionalistas
de todo signo que nos rodean. Sin perdonar ninguno porque, como también dice el
autor, “el nacionalismo es como el olor
corporal; uno no percibe el propio, sino solo el ajeno”. Es un libro tan
completo y documentado que es difícil resumirlo y no queda más que reiterar la
recomendación de su lectura pero, a modo de pequeñas perlas, transcribiré
algunos pequeños párrafos y citas de otros autores que figuran en sus páginas:
Sobre el concepto nación: “una nación (…) es un grupo de personas unidas
por un error compartido sobre su ascendencia y un desagrado compartido hacia
sus vecinos” Karl Deutsch
Sobre las lenguas nacionales: “la lengua ha dejado de ser un instrumento
de comunicación para convertirse en un tótem sagrado y con esas cosas no se
pueden aceptar ni la tibieza ni la ironía (…) Para no pocos nacionalistas lo
ideal es que su propia lengua valga, sobre todo, para diferenciarlo, para
identificarlo, para reforzar el sentimiento de pertenencia a una tribu casi
siempre atribulada ”
Sobre las imprecisiones en los libros: “Somos una
comunidad que resiste aquí desde hace 30.000 años (…) pero para seguir vivos
hay que cerrarse a los de fuera (…) Los vascos somos el único pueblo indígena
de Europa, los únicos descendientes directos del Cromañón”. Del libro La
civilización vasca. En busca de las raíces de nuestro pueblo.
Sobre los “iluminados” varios que
han construido una patria a su imagen y semejanza: “Sabino Arana conservó de su entorno familiar y de sus orígenes
carlistas un profundo catolicismo que transmitió a su partido, bautizado como
Eusko Alderdi Jetzlaea (EAJ-PNV), en el que lo de Jeltzalea procede de un
acrónimo que significa Dios y ley antigua, el pueblo vasco, en efecto,
descendería de Túbal, nieto de Noé, venido directamente desde el Paraíso hasta
Euskadi (…) Otro elemento central de la ideología aranista era el racismo, muy
boga en la Europa de la época …”
En este sentido, capítulo aparte
merecen todas las referencias a los movimientos folcloristas iniciados en el
siglo XIX, con referencias muy divertidas a la juventud de ciertas tradiciones
ancestrales, tal y como se desprende del término “la invención de la tradición”, acuñado por algunos
autores de la época. Paralelamente, nos describe todo el movimiento literario
que fantaseó con las historias nacionales, como es el caso de Mosen Jacinto
Verdaguer, frecuente ganador de premios literarios en los juegos florales de
Barcelona desde 1859 y que en su largo poema épico Canigó describe fantasiosas historias medievales que habrían
ocurrido durante la invasión musulmana.
En el libro se da un repaso a
todos los nacionalismos, de Europa a Asia, pasando por Hispanoamérica y, por
supuesto, también al nacionalismo español que, “como todos los demás, se ha basado en el mito de una España eterna
cuyos belicosos habitantes habrían defendido heroicamente su independencia
siglo tras siglo”. En cuanto al catalán, es reseñable cómo desmonta uno de sus principios
fundacionales reivindicado hasta la saciedad precisamente en este año que cumple
su tercer centenario, y es que “considerar
esta contienda, como una guerra de España contra Cataluña es un anacronismo o
un desvarío (…) la lucha de 1714 es un
conflicto de sucesión entre Austrias y Borbones”. (…) En aquella guerra que
las niñas españolas cantábamos lo de quisiera
ser tan alta como la luna, “las
simpatías políticas por uno u otro bando estaban muy dividas, incluso entre
ciudades muy cercanas, como la Alcalá austracista y el Madrid borbónico, o la
Tortosa borbónica y la Barcelona austracista”.
Una de las conclusiones del libro: “Parece evidente que en el enfrentamiento de las ideas entre
nacionalismo y lucha de clases fue el primero el que salió victorioso y que de
los dos hijos más o menos legítimos de Hegel, por así decir, uno de ellos no
pudo resistir el fracaso político del comunismo y el derrumbe del muro de
Berlín y el otro, en cambio, ha salido incólume y con renovados bríos de los
excesos nacionalistas de las dictaduras fascistas”.
Pero no quiero dejar la idea de
que el libro es un alegato denostador del nacionalismo en sí mismo. Como casi
todo en la vida, los nacionalismos también han tenido aspectos positivos. Para
poner un ejemplo ambivalente a su vez, el autor cita el caso de Francia, nación
que comenzó antes que ninguna otra la política expresa de fomentar una única
lengua nacional, el francés, que básicamente era la lengua de los parisinos
pero no de otras regiones de Francia. Para conseguir imponer este idioma a toda
la nación fue trascendente la actuación del ministro de Instrucción Pública Jules
Ferry (1879-1881). El fue el autor de leyes que impusieron la enseñanza obligatoria,
laica y gratuita en pugna con la enseñanza católica y quien extendió la
educación secundaria a las niñas.
En cualquier caso, el libro no
tiene desperdicio. Para mí ha sido muy ilustrador y, aunque el tema es muy
denso y está escrito con gran erudición, no deja de ser muy divulgativo y divertido
por todas las curiosidades que desvela. Especialmente cómicas o surrealistas
o ambas cosas a la vez resultan los capítulos dedicados a las banderas y a los
himnos nacionales.